Dios es aquello de lo que no nos podemos reír. Es aquello de lo que ni tan siquiera se nos pasa por la cabeza la posibilidad de reírnos.
Todos, en este sentido, obedecemos a algún Dios.
Una ventaja del creyente sobre el ateo es que aquél sabe de qué no puede reírse porque conoce a su Dios. Pero el cristiano en esto es distinto, no es un creyente más, sino un tipo muy especial de creyente: conoce a su Dios casi todos los días del año, excepto Vienes Santo y Sábado Santo.
El ateo cree que es más libre que el creyente porque se considera capaz de reírse de todo. Especialmente de todo lo que los demás consideran digno de respeto. Pero esta creencia -¡cuánta fe, por cierto, en esta creencia!- le oculta el principio serio que le autoriza a reírse -aparentemente- de todo. Le oculta a su Dios.
Viernes Santo es el día en el que todos se ríen del cristiano y el cristiano contempla boquiabierto aquello de lo que nadie en su sano juicio debiera reírse: la posibilidad aterradora de que no exista nada digno de respeto. Si así fuera, hasta la risa carecería de sentido y los ateos se quedarían sin su Dios desconocido.
El Viernes Santo es San Nihilismo, el día en que Dios se siente abandonado y nosotros nos vamos de vacaciones.
El Viernes Santo es el día en el que el cristiano siente en su alma un profundo vacío. Un vacío enorme porque en sus veinte siglos de existencia el cristianismo no ha dejado de profundizar en el alma del europeo. Este es su gran legado. Pero esa profundidad hoy no tiene fondo.
Hoy no es el día del Dios muerto sino el del temor a que la Muerte sea Dios.
La única manera de vivir con dignidad el Viernes Santo es olvidarse del Domingo de Resurrección. Los que estaban al pie del Crucificado, ¿pensaban acaso en el domingo mientras sentían el goteo de su sangre?
Hoy es el día en el que toda la teología hace aguas y se hunde ante la desolación del Verbo hecho sangre.
Hoy es el día en el que las madres paren lo que la muerte ha tocado.
Hoy es el día en el que la pregunta por aquello de lo que no podemos reírnos provoca lágrimas. O debiera provocarlas.