Estaba ayer por la tarde andando por el camino de la costa, escuchando la sexta de Schostakovich e intentando alcanzar a esta mujer que iba rezando el rosario a buen paso.
Cuando, finalmente, la alcancé, me desprendí de Shostakovich y le pregunté si me permitía decirle una cosa. Me miró sorprendida. "Lo que le tengo que decir es que me parece muy hermoso ver a alguien rezando el rosario sin complejos." A la mujer se le iluminó la cara y me dio las gracias. Por el acento, podría ser venezolana o colombiana.
Yo había salido de casa tras escribir un prólogo para un libro en el que decía, entre otras cosas, lo siguiente.
"El hombre es el animal que puede degradarse.
Es humano porque puede deshumanizarse. Y, con frecuencia, lo quiere, lo busca, se empeña en rebajarse.
(...) Si para deshumanizarse basta con dejarse llevar por la inercia, para mantenerse humano hay que resistir, nadar contracorriente. Evidentemente este esfuerzo ha de ser compensado de alguna manera. Ha de haber algo en el mismo esfuerzo que pueda ser contemplado dignamente con orgullo. Ha de sentirse el esfuerzo como una sintonía con un ideal. Con un ideal de nosotros mismos, claro.
(...)La humanidad del hombre se presenta así como algo que puede ser reivindicado… o no. El siglo XX ha conseguido hacer deseable para millones de humanos el ideal del animal satisfecho.
El hombre puede, pues, ser contemplado desde abajo (desde la “animalitas”) o desde arriba (desde el ideal), pero no se lo entiende de la misma manera desde un sitio o desde otro.
Podríamos preguntarnos si un mono o un mejillón que tuviera la posibilidad de degradarse y de hacerse ilusiones sobre sí mismo sería un humano. O si la estricta proximidad biológica entre el hombre y un animal sirve para decir algo realmente significativo sobre el hombre.
El ser humano deriva. Pero puede no ir a la deriva, porque, como dice Nietzsche, es un animal no definido. “Finis” significa límite, mojón. O sea, el hombre es el habitante de ambiguos ecosistemas. Desde los límites clausurados de su ecosistema, “Un animal que sabía hablar dijo: ‘La humanidad es un prejuicio que al menos nosotros, los animales no padecemos’” (Nietzsche, Aurora).