¡Qué impresionante el finísimo retrato que traza Julián Marías de Jovellanos en Los españoles. ¿En qué demonios estaba yo pensando que aún no me había leído este magnífico libro? En cierta manera es un retrato del Marías íntimo, pues no duda en reflejarse a sí mismo en sus comentarios de los españoles que va recogiendo con cariñoso respeto a lo largo de sus páginas: Jovellanos, Isla, Moratín, Menéndez Pidal, Marañón, Unamuno... Y con lo que va recogiendo construye un test proyectivo de su propia personalidad.
A Jovellanos lo sitúa en la puerta de entrada de Los españoles, y para comprender por qué bastan las palabras con las que nos lo presenta: "era un hombre de esos para quienes la realidad cuenta; no le interesaba suplantarla, ni olvidarla, ni brincar desde ella a cualquier fasmagoría. Por eso no fue nunca ni un demagogo, ni un arbitrista, ni un ideólogo."
Cuando leí la biografía que Nocedal le dedica a Jovellanos, me quedé con su reivindicación del asturiano como figura pionera del conservadurismo hispano. Pero es en las páginas de Marías donde se encuentran los argumentos importantes para hacer posible esta reivindicación. Como muestra, un párrafo de la carta que le escribe Jovellanos a su amigo, el cónsul inglés Jardine, el 3 de junio de 1794: “Dirá usted que estos remedios son lentos. Así es: pero no hay otros; y si alguno, no estaré yo por él. Jamás concurriré a sacrificar la generación presente por mejorar las futuras. Usted aprueba el espíritu de rebelión; yo no: le desapruebo abiertamente y estoy muy lejos de creer que lleve consigo el sello del mérito. Apruebo a los que tienen valor para decir la verdad, a los que se sacrifica por ella; pero no a los que sacrifican a otros entes inocentes a sus opiniones, que por lo común no son más que sus deseos personales, buenos o malos.”