Largo paseo con Bruno, 9 años. La tarde era cálida, de cielos de un azul ligeramente enharinado, casi -sólo casi- bochornosa. Ya que nos habíamos quedado los dos en casa, he pensado que lo mejor sería ir a dar una vuelta. Le ha apetecido ir al cementerio y he creído que era una decisión magnífica. Hemos recorrido, cogidos de la mano, las calles flanqueadas de nichos y tumbas modernistas del cementerio del pueblo mientras él me iba comentando todo lo que le pasaba por la cabeza a un ritmo de música de feria. ¡Y válgame Dios, cuánto ha sido! Estaba especialmente dicharachero, extrovertido y se lo veía alegre y confiado, como si estuviera convencido de que el mundo es un lugar que sólo nos puede deparar sorpresas agradables.
Cada vez que saltaba de un tema a otro comenzaba por un "¡Yayo...!" No sé cuántos yayos habré oído, pero difícilmente habrán bajado de los quinientos. Un auténtico bombardeo de escenas desordenadas de su vida. Me ha hablado de las películas que le gustan y de las que no; de los amigos del cole y de las cosas que hacen algunos más valientes que él-"más temerarios", le he puntualizado yo. De cómo los miedos acaban haciéndote ver sombras extrañas cuando te levantas por la noche. De lo que le gusta comer y de que teniendo un purificador de agua en casa se ahora mucho dinero; de su padre, de su madre... me ha explicado con detalle por qué todos los seres vivos somos hermanos y cómo la primera célula llegó a la tierra en un meteorito, de la vida de las tortugas, de que ya no sé lo que te iba da decir, de por qué me gusta enfadar a mi primo... que no le puede mentir a su madre...
Y yo iba feliz, a su lado, aunque me resultaba imposible seguir el ritmo frenético de sus imágenes. Mi velocidad mental no da para tanto.
Uno quisiera preservar a los suyos de todo mal, hacerles de parachoques, de escudo, de blindaje existencial... de trinchera, si hace falta. Pero sólo ellos estan en la primera línea de sus vidas.
Uno querría detener el tiempo o, en todo caso, volver a vivir lo vivido; uno querría... empapada el alma de palabras bajo esta borrasca de comentarios, voy dejando un rastro de bienestar por donde paso.
Pero al volver a casa me entero de que otro amigo ha muerto y de que, al final, parece que Franco acabará donde él quería, en El Pardo.