Pierdo con frecuencia el equilibrio. Mi caída más aparatosa fue la de la semana pasada en la estación de Sants. Me caí por las escaleras mecánicas. Acabé con una rodilla sangrando y el traje roto. Pero cumplí. Di mi conferecia en Madrid.
En marzo me caí en Puebla (México) cuando iba a dar una conferencia. Me caí como suelo caerme, a plomo. Di con la cabeza en el suelo, las gafas salieron rebotadas. La gente vino a socorrerme y querían que me viera un médico. Pero yo les dije que tenía una confertencia que dar. Cogí mis gafas y me dirigí a mi destino. Por la cara que pusieron al verme entrar en la sala de conferencias me imaginé que iba como un Ecce Homo. Pero cumplí. Eso sí, tuve que dar la conferencia sentado. Después me llevaron a la enfermería y me atendió en catalán una médico muy simpática de Vic.
En Madrid me caí un día de mucha lluvia sobre un charco tras resbalar en una alcantarilla.
Hoy he estado a punto de caer bajando del tren.
Lo que me pasa es que, de repente, el suelo no está donde debiera estar.
No me quejo. No me pienso quedar recluído sentado en el sofá frente a la televisión.
Hoy he conocido en Barcelona a un joven de 21 años que lee a Russell Kirk y eso ya ha dado sentido al día. Pero además he cenado con Carme Fenoll y hemos hablado de los ingenieros y la ingeniería del futuro. Es decir, no de cómo será la ingeniería del futuro, sino de cómo los ingenieros consiguen que nos imaginemos el futuro. Los ingenieron son los nuevos profetas. Si el hombre, como decía Ortega, es un ser futurizador, hoy no futurizamos con las imágenes de ideólogos, políticos o artistas, sino con las de los ingenieros.
Tres noticias:
El 14 de noviembre debatiré con Javier Gomá sobre la dignidad en el Círculo del Liceo.
Al dí siguiente, el 15, hablaré en el Club Tocqueville sobre el conservadurismo español en el siglo XX.
Hoy el amigo J.N. me ha enviado una caja con 6 botellas de Moët & Chandon para celebrar nuestros 6 años de amistad.
Creo que merece la pena seguir cayéndose por esos mundos de Dios.