Llegar a casa después de un viaje largo es reencontrarse con las tardes de los domingos y las mañanas de los lunes.
Las tardes de los domingos las puso el Señor para insistirnos en que no hay posibilidad de redención para el hombre en esta tierra.
Las mañanas de los lunes las puso el Señor para mostrarnos que, a pesar de todo, la esperanza es una rutina.
Ayer por la tarde estuve en una tertulia importante hablando de La imaginación conservadora. Un grupo de amigos, digamos que notables, se reúne en el despacho de un abogado, también notable. Invitan a hablar a alguien, que presenta un tema y después se debate, con orden, de manera educada, pero con contundencia. De despedida, le regalan al invitado una botella de buen vino -muy bueno- que tenga algo que ver o con su personalidad o con el tema discutido. Esta cosa milagrosa del debate sosegado en el que diferentes personas pueden tratar sin medias tintas un tema polémico, decía Ortega que es una de las formas de la vida feliz. Creo que no le faltaba razón.
Hoy por la mañana me he levantado con el alma heroica y he ido a comprar pies de cerdo. Ahora tengo la casa inundada de aromas culinarios. Estoy haciendo pies de cerdo con castañas y boniatos y pienso que hogar es aquel lugar en el que un guiso lento hace chup-chup. Afuera la mañana está gris, pero aquí adentro estoy blindado contra cualquier infortunio. Y todo gracias a unos pies de cerdo.