Ayer se me cayó el ordenador al suelo y sentí más dolor que si me hubieran herido.
Inmediatamente miré a ver si le pasaba algo. El contenido -su alma- está ahí, pero no respira: No carga. Escribo esto con los restos de la batería, mirando de reojo su nivel para comprobar que el aparato sigue vivo.
El dolor que me produjo el accidente no es el dolor de un aparato de mi propiedad, sino el de una prótesis que me arrancan con violencia.
Apropiándome de lo que Ortega decía sobre la tecnología, yo he insistido muchas veces en que las pantallas son prótesis antropológicas, pero ahora entiendo que había más verdad en mis palabras de lo que creía.
Me voy a Barcelona a ver si la cosa tiene arreglo. Y voy con más ansiedad que si fuera al médico.
Recen ustedes por mi prótesis herida.