Relatos o imaginarios políticos hay muchos, aunque no infinitos. En nuestro entorno hay dos muy comunes (amén de otros más marginales): el progresista y el conservador, cada uno asociado a ciertas ideas tabús (igualdad, justicia, solidaridad, integración, protección, libertad, autoridad, familia, tradición, mérito...) y a una infinidad de elementos culturales. Según algunos politólogos, los progresistas se identifican con con el rock, el círculo, la poesía o el óvulo, y los conservadores con la música clásica, la línea recta, las matemáticas o el espermatozoide...
Tal vez todo esto parezca una frivolidad. Pero es lo que hay. Nuestro (perezoso) cerebro es más dado a confiar en los relatos con los que nos identificamos que a analizar objetivamente los datos y reflexionar de modo crítico sobre las ideas. De hecho, la mayor parte de la gente escoge sus opciones políticas en función de versiones todavía más simples de imaginarios como los que hemos citado arriba. Votan o dejan de votar a unos u otros porque “son gente de orden” o “porque tienen una familia ejemplar” o “porque quieren que España sea como Venezuela” o “porque son unos pijos” o “porque son demasiado jóvenes” y mil trazos sueltos – y gruesos -- más de uno u otro cuadro ideológico.
A esta hiper-simplificación de los imaginarios contribuyen los medios de comunicación que, en su afán por crear espectáculo, acortan, afilan y vulgarizan los mensajes. Y también la
sobreinformación que procuran esos mismos medios. Contra lo que podría parecer, tanta información (la mayor parte de ella superficial y reiterativa) no produce necesariamente ciudadanos mejor informados, sino gente que, ante el ruido y la impresión de complejidad, se refugia en su burbuja ideológica y mediática particular. Como saben psicólogos y sociólogos, las personas solemos ignorar las pruebas que contradicen nuestras creencias y tendemos a ajustar los hechos a las mismas. En las redes sociales en las que vivimos hoy, y en las que la información está indisolublemente ligada a nuestras preferencias personales (amigos, gustos, hábitos de consumo), podemos tener una muestra clara de esta simplificación de las narrativas políticas...
Sobre todo esto y algo más trata nuestra última colaboración en el diario.es Extremadura.
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