Para avivar la versión vulgar y a menudo politizad del debate sobre los modelos educativos, surge, de vez en cuando, la voz indignada del «docente anti-pedagogía», algo –ya sé– tan extraño de concebir como el «médico anti-medicina» o el «camarero anti-hostelería», pero que se da con frecuencia en el mundo de la enseñanza. Se podría citar a muchos. Algunos afirman hablar, no desde la pedagogía –que desprecian–, sino desde la ciencia infusa que les proporciona su propia experiencia, y desde el «sentido común» (esa inexplicable fuente de autoridad que todo grupo se atribuye para justificar sus creencias). Y todos dicen cosas muy parecidas. Básicamente dos: (1) que la «nueva» educación –regida, según ellos, por ignorantes pedagogos– resta importancia a los contenidos, lo que hace que los alumnos aprendan cada vez menos; y (2) que en ella se sustituye la «cultura del esfuerzo y la excelencia» por la tendencia a priorizar el bienestar psíquico del estudiante, lo que da lugar a una «infantilización» de la escuela y a la formación de personas incapaces de afrontar la realidad. ¿Por qué todo esto me parece mero «populismo» y «pedagogía castiza»? En este artículo lo expongo. Última colaboración en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo completo
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