Artur Mas |
El confuso caso de las escuchas telefónicas, que afecta principalmente a CiU y a PSC, transmite una sensación de chapuza que hunde la credibilidad de los partidos y demuestra que hay demasiada gente en ellos que no hace política, sino que juega a hacer política, que es lo propio de la “mala fe” en expresión de Jean Paul Sartre. La unidad que aparentan los partidos, con instrumentos tan escasamente democráticos como la disciplina de voto, esconde unas organizaciones fragmentadas en familias y lealtades personales, que viven siempre observando al colega por el retrovisor. La política es lucha por el poder y el primer enemigo es el compañero de partido que es el que te lo puede quitar en primera instancia. Cuando esta dimensión siniestra de la política emerge la desconfianza se multiplica y se pierde credibilidad y autoridad a borbotones.
La cohesión de los partidos se acostumbran a construir sobre dos factores: el imán del poder y la unión contra el adversario. Cuando un partido está al alza, difícilmente emergen las diferencias, ni aparecen las corrupciones. En momentos difíciles, es útil convertir al adversario en fuente de los problemas propios. Pero cuando la credibilidad de los políticos es tan limitada como ahora, el recurso tiene poco recorrido. Sin duda, algunas filtraciones de los últimos tiempos, especialmente en vigilias electorales, iban directamente a por Artur Mas y el proceso soberanista. Pero mantener este argumento cada vez que aparece un caso de corrupción es insostenible. La renovación a fondo del sistema de partidos es condición previa a cualquier objetivo de futuro. En su estado actual son demasiado vulnerables para poder emprender procesos realmente ambiciosos. La presión de los movimientos sociales es hoy la mejor defensa de la política, pero no se puede pretender que ellos carguen con la ineludible tarea de reformar el sistema político. Tampoco se puede vivir de la fantasía de que con la independencia todo lo demás se daría por añadidura. Es literalmente una utopía.
Josep Ramoneda, La soledad del presidente, El País, 18/02/2013
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