Me parece muy bien eso de sacarse el título de español, pero no entiendo que al examen sólo tengan que presentarse extranjeros. Por supuesto, la medida no incluye a españoles de nacimiento ni tampoco a archimillonarios con mal gusto, estrellas del deporte y narcotraficantes con reuma. Esta exclusión geográfica presupone la existencia de una entidad metafísica, la españolidad, genuina de la Península Ibérica (Portugal sólo es una Galicia irredenta, ya lo advirtió el poeta). Como casi siempre, la naturaleza es sabia y hace que los españoles nazcan todos en España, los franceses en Francia, los italianos en Italia y así sucesivamente, porque de otro modo sería un lío. El astronauta Pedro Duque dijo que desde el espacio no hay fronteras pero eso es porque estaba demasiado lejos y no se fijó bien.
Curiosamente, los españoles se crían en ciertas zonas mejor que en otras, igual que los buenos vinos. En Madrid, Extremadura y en las dos Castillas, la españolidad prácticamente brota a flor de tierra: pegas una patada a un pedrusco y te saltan dos españoles encima. En la periferia ya abundan menos. Para el nacido en el lado correcto de la Península la españolidad es como el valor para el soldadito español: viene de fábrica. Cuando hice la mili, me sorprendió descubrir que allí se evaluaban no sólo cualidades empíricamente verificables sino también cuestiones más vaporosas. El valor, por ejemplo. En mi cartilla militar, en la casilla del valor, ponía S.S. Le pregunté al sargento si aquello quería decir “sobresaliente”, como en el colegio, o era que pensaban trasladarme a una unidad de élite alemana. “Se le supone” fue la escueta y sabia respuesta. No iban a enviar a unos reclutas a una refriega de verdad ante la posibilidad de que no regresara ninguno. En asunto de valor, los sargentos hacían lo mismo que el Quijote después de rehacer su casco de guerra: darnos por probados. El Quijote no le metió otro mandoblazo al casco porque lo mismo lo rajaba de nuevo.
Volviendo a los certificados, el Quijote sería un gran tema para distinguir a un español de verdad de uno de pega. Obligas a los aspirantes a leer el libro y al final les preguntas con qué personaje se sienten más identificados. Si no dicen de inmediato “con Sancho Panza”, suspendidos. Es una suerte que el examen no tenga carácter retrospectivo porque entonces la mitad de los políticos nos iban a salir suizos. Al final únicamente se trata de jurar lealtad al rey, una asignatura que a Corinna le ha quedado para septiembre, con lo bien que llevaba los servicios secretos de España en el extranjero. Un tío mío me explicó una vez: “Hijo, nunca vayas por ahí presumiendo de ser español. No todo el mundo tiene la suerte de haber nacido aquí”. Al poco tiempo, para dar ejemplo, emigró a Alemania.
David Torres, La españolidad, Público, 29/03/2013