El hombre piensa naturalmente, se ha sostenido desde Aristóteles a Noam Chomsky pasando por Descartes. En consecuencia, dejar de pensar supone objetiva debilitación de la condición humana... aunque el pensar suponga violentar la genérica raíz animal de la misma. Cabe ciertamente que el pensamiento fluya en ausencia de tensión, de violencia contra la propia inercia, pero ello nunca desde el arranque en el reposo, de la misma manera que nunca el águila (que tiende naturalmente al vuelo como el hombre tiende al pensamiento) se alza sin tensión, ni el cuerpo del ser humano danza como si fuera su más inmediato modo de comportarse. El pensamiento es siempre una conquista, aunque una vez activado,se despliegue ya sin violencia...al menos por un momento, pues no cabe complacencia durable en lo logrado.
Ha de quedar claro que el criterio sobre si hay realmente pensamiento, no reside en la novedad objetiva de lo pensado, o en su interés para el conjunto de la sociedad; ni siquiera reside en su veracidad. El criterio es simplemente que haya enriquecedora novedad para la subjetividad que piensa, ya se trate de asunto filosófico, científico o creativo. Si se ha perdido la intelección de una fórmula que se dominaba y se la recupera en un tremendo esfuerzo...entonces se ha ganado una batalla contra la astenia, se ha ganado en humanidad, aunque tal fórmula no signifique nada nuevo para los demás. Y ello vale asimismo para la forja de una metáfora o de una escultura.
Dejar de pensar puede ocurrir por múltiples razones, físicas desde luego, pero también sociales y desde luego psicológicas. Por la dureza misma del arranque del pensar, hay siempre peligro de que las circunstancias sirvan de coartada para abandonarse. Por ejemplo, puede llegar a pasar por la cabeza que el pensamiento simplemente...no vale la pena. En este caso (de aceptarse la premisa de que el rasgo propio del animal humano es el pensamiento) es obvio que la existencia que entonces se prosigue, la existencia que tiene la vida como fin en sí, viene a ser un repudio de la propia humanidad.
La ausencia del pensar tiene directa traducción como desinterés filosófico, es decir desinterés por las interrogaciones que acompañan al animal potencialmente humano desde el momento en que empieza a ser humano en acto, desde el momento en que mediatiza ya su relación al mundo por las palabras y los símbolos. La filosofía como disciplina del espíritu es siempre una tentativa por recuperar este estupor que acompaña la mirada del animal humano, cuando deja de ser infantil. Recuperación obviamente del espíritu de la cosa y no de la modalidad concreta de la interrogación. Lo decía aquí mismo hace una semanas " ¿ Quien no se preguntado alguna vez si hay o no hay una realidad física exterior, que seguirá tras mi eventual desaparición y la desaparición de todos los demás humanos, cuya percepción de esa realidad coincide aparentemente con la mía?" Y añadía lo siguiente: " Los instrumentos para responder en uno u otro sentido a esta pregunta cubren hoy miles y miles de páginas de sesudas revistas filosóficas o científicas y han sido esgrimidos como armas por algunos de los pensadores más importantes del siglo veinte...pero la pregunta sigue siendo sencillísima y todo el mundo es susceptible de sentirse interpelado por la misma, hasta el punto quizás de que, si su vida material y social se lo permitiera, acuciado por tal interrogación, empezaría a ahondar en los escritos eruditos, y se dotaría de los argumentos para entenderlos."
Víctor Gómez Pin, Asuntos metafísicos 18, El Boomeran(g), 17/10/2013