La instauración de una nueva ortodoxia presidida por el imperativo de la austeridad está teniendo profundas consecuencias en el actual encuadramiento ideológico. Tal vez la principal sea que hay un nuevo eje de polarización ideológica trazado en torno a la cuestión acerca de a quién confiamos la recuperación económica, si lo esperamos más de los mercados o de los Estados. Si este diagnóstico es correcto, tenemos una explicación para el hecho de que actualmente en Europa esté ganando la derecha. Suele ganar la derecha porque la gente confía menos en el Estado que en el mercado (de ahí que el actual linchamiento a la clase política, aun cuando tenga motivos en que apoyarse, beneficia sobre todo a los conservadores, ya que debilita la confianza en el Estado y comparativamente fortalece la confianza en los mercados).
En cualquier caso, los intentos de politizar el espacio público ofreciendo una nueva alternativa entre austeridad y crecimiento han fracasado, de entrada, porque tanto la derecha como la izquierda coinciden en la necesidad de perseguir ambos objetivos. Si esto se consigue mejor mediante la contracción fiscal o a través de estímulos más directos a la economía, es un debate que apenas consigue hacer que desaparezca la perplejidad del votante.
Hemos entrado en un periodo en el que la tradicional distinción entre izquierda y derecha continuará haciéndose visible con gran dificultad. Este es el horizonte en el que vamos a movernos durante algún tiempo y en el que tendremos que reinventar las posibilidades políticas. La causa de que se hayan atenuado las diferencias entre unos y otros es el duro hecho de que los partidos políticos tengan menos espacio de maniobra sobre los resultados económicos de lo que suelen admitir. Nadie aboga por el dirigismo económico ni por los mercados completamente desregulados. Hay diferencias, por supuesto, pero estas son cada vez más de acento.
¿Existe, pese a todo, alguna posibilidad de politizar, de hacer política, que es siempre algo que tiene que ver con la diferencia y la alternativa? En mi opinión hay tres grandes oportunidades para el debate ideológico en las que cabe llevar a cabo una cierta repolitización de nuestras sociedades:
1. La personalización del liderazgo político, la atención a las propiedades personales de quienes nos representan es, al mismo tiempo, el resultado de la actual despolitización y una oportunidad de repolitización. Es lógico que al atenuarse los perfiles ideológicos disminuyen las grandes legitimaciones y las disculpas que estas proporcionaban, de manera que lo personal de quienes se dedican a la política ocupe casi toda nuestra atención.
Cuando se tiene la sensación, aunque no sea del todo cierta, de que el modo como los Gobiernos actúan sobre la sociedad y afectan a mi propia vida no pasa por un compromiso ideológico, entonces las propiedades personales de los políticos ocupan el primer plano a la hora de determinar nuestras preferencias. La confianza, la credibilidad, la honestidad o la competencia son lo que marca la diferencia, y no los discursos ideológicos abstractos. La opción por la izquierda o la derecha se explica mejor por las propiedades personales de sus líderes y por los valores que simbolizan que por sus adscripciones ideológicas, por lo que piensan del mercado o el Estado. Esta circunstancia explicaría también el hecho de que los actuales debates políticos se refieran más a cuestiones de estilo y calidad democrática —transparencia, participación, responsabilidad...— que a los clásicos valores ideológicos.
2. El segundo espacio en el que los agentes políticos tienen que encontrar sus posibilidades de diferenciación tiene que ver con la actual transformación de los conflictos, que ya no se limitan al típico desacuerdo redistributivo en el seno del Estado de bienestar. De hecho, si nos fijamos bien, los conflictos de clases se han nacionalizado. Este modo de ver las cosas parece concebir las sociedades como comunidades unitarias que no están atravesadas por ningún conflicto interno, ni clases, ni diferencias. Ricos y pobres parecen ser ahora los países y no las personas.
Si la izquierda se limita a quejarse de que este campo de juego le resulta poco favorable, no estará haciendo otra cosa que un ejercicio de melancolía. Los problemas de redistribución no han desaparecido en absoluto, pero las preferencias de las personas se han diversificado. A lo socioeconómico se añade ahora un conjunto de valores que tienen que ver con lo cultural e identitario, con los estilos de vida, la igualdad de derechos y las libertades personales. El conflicto se ha convertido en algo multidimensional. La emergencia de nuevas líneas de conflicto no se compadece con la percepción de que no existen espacios para la política; lo que ha ocurrido es que han aparecido otras posibilidades de contestación a las que los partidos tradicionales no han sabido adaptarse bien.
3. En la política económica sigue habiendo un tercer ámbito para la configuración de opciones políticas. Aunque las posibilidades fiscales sean limitadas e incluso aceptando que los Gobiernos no se deben permitir grandes déficits, hay diversos modos de obtener presupuestos equilibrados. Se pueden gravar fiscalmente las rentas más altas y podríamos debatir acerca de si la huida de inversiones no está interesadamente exagerada. También es posible luchar más decididamente contra la evasión fiscal, sobre todo teniendo en cuenta que muchos paraísos fiscales son países europeos o territorios de ultramar que forman parte de los Estados miembros.
También en materia de gasto hacer política no es imposible. Dado que la mayor parte de la consolidación fiscal se lleva a cabo mediante recortes en el gasto más que incrementando los impuestos, la definición de las prioridades es fundamental. Dando por bueno que hay que disminuir el gasto, los recortes pueden afectar a gastos no productivos en vez de a inversiones para estimular el crecimiento. No debatir abiertamente estas posibilidades y equivocarse en las decisiones es un error político y no el resultado de las constricciones que impone la economía globalizada.
En cualquier caso, como recomendaba Disraeli a los políticos, no conviene quejarse demasiado; las limitaciones y los condicionamientos forman parte de la vida política. La política es siempre decisión condicionada, acción en contexto. Ese contexto está hoy en día definido por una austeridad que es en parte razonable y en parte ideológicamente interesada. A la política le corresponde indagar el ámbito de lo posible y ensancharlo al máximo. Si la política goza hoy de tan poco prestigio porque en el fondo nos estamos habituando a pensar que todo está regido por la necesidad.
Daniel Innerarity,
La política en medio de la austeridad, El País, 22/10/2013