Es razonable vincular los orígenes humildes de Albert Camus con la atención sostenida que prestan sus escritos a los hombres humillados. Cuando algunas inteligencias famosas de Francia defendían el poder liberador de la crueldad revolucionaria, favoreció una moral basada en el ejercicio de la compasión. Le parecía bueno, aceptable, positivo (no fue ducho en terminología académica) cualquier gesto de obra o de palabra encaminado a aliviar el dolor de sus semejantes. Rehuyó el vicio habitual del filósofo de profesión que olvida detrás de espesos muros conceptuales, de montañas de jerga, al hombre concreto, vivo en un lugar y en un presente. Avezado a juzgar las ideas por sus consecuencias, comprobó que es propio de los dogmas dejar una estela de cadáveres en la historia. Admitió la rebeldía con tal que fuera fecunda y constructiva. Algunos agradecemos a sus libros que nos inmunizaran contra la ponzoña del fanatismo.
Fernando Aramburu, Camus como antídoto, el cultural.es, 25/10/2013