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Por racismo, en sentido estricto, debe entenderse una ideología que en el siglo XIX sostuvo la superioridad natural de la raza blanca. Hoy, aquella idea de raza es considerada sin valor científico alguno. Así, en un sentido propio, no se puede hablar de racismo contra árabes o judíos, puesto que los árabes no son ninguna raza –los hay rubios y de ojos azules, como los circasianos-, ni tampoco lo son los judíos –hay judíos negros, los falashas-. Ningún antropólogo físico consideraría aceptable la idea de que los negros constituyen una raza. Ni siquiera se emplea bien la noción de xenofobia, puesto que los gitanos –que tampoco son ninguna raza- no son extranjeros (xenos).El término clave que se oculta tras lo que se da en llamar actitudes racistas es el de diferencia. Hay racismo cuando una determinada peculiaridad es percibida por aquel grupo que entra en contacto con ella como signo de inferioridad, amenaza o anomalía. Esto puede aplicarse a cualquier individuo o grupo diferenciado que la comunidad hegemónica entienda como encarnado de cualidades intrínsecamente negativas o anormales, y al que se puede atribuir la responsabilidad imaginaria de ciertos males que afectan a la mayoría y que se cree desparecerán sin esos demonizados elementos.La europea en general, y la nuestra en particular, ha demostrado a lo largo de siglos, que es un ejemplo perfecto de sociedad persecutoria. Es decir, de sociedad que requiere permanentemente tener a alguien a quien inculpar de todo en general y, en nombre de ello, a quien asediar a veces hasta el exterminio. El hostigamiento de estos días en todo el continente contra minorías étnicas tradicionalmente perseguidas (…) demuestra el grado de vigencia de estos mecanismos de apartheid, de igual modo que a los leprosos y apestados de otros tiempos les han sucedido los portadores del virus del sida.A estos estigmatizados de siempre se vienen a sumar ahora nuevas figuras. Junto a la del sectario, una de las más interesantes es la del drogadicto, un ser altamente nocivo que, por lo que se ha visto estos días, lleva escrita su condición en la cara, lo que ya es motivo más que suficiente para lincharlo. (…) Estos dispositivos de acoso y marginación son aprendidos ya en la escuela. En todo colegio hay niños que son objeto de burlas o agresiones por sus compañeros. No existen brotes de racismo. Lo que existe es una intolerancia endémica, crónica y estructural, que es parte conformante de un modo de vida, el nuestro, que exige tener a mano siempre alguien a quien matar a patadas o quemarle la casa en un momento dado. Los skinheads apalean, en última instancia, a personas –vagabundos, travestidos, punkies- que previamente una sociedad fanatizada ya había marcado con una cruz de tiza en la espalda. Manuel Delgado, Los nuevos racismos, El Periódico de Catalunya, 09/10/1991 (extracte)