Desde el punto de vista del Gobierno de los países hay dos maneras de afrontar la cuestión de las libertades y los derechos: la restrictiva y la potenciadora. Una política restrictiva es la que pone el acento en la prohibición: lo que no se puede hacer. Una política potenciadora es la que procura crear las condiciones para que los ciudadanos puedan actuar con la máxima independencia y autonomía, conforme a sus proyectos y deseos personales, siempre, por supuesto, con el límite de no obstaculizar la libertad de los demás. La primera, desconfía de los ciudadanos a los que ve como una amenaza; la segunda, apuesta por la capacidad de cada cual de pensar y decidir por sí mismo.
Un largo y lento proceso de liberalización de las costumbres y de reconocimiento de los derechos negados por el aparato ideológico nacionalcatólico del régimen franquista había situado a España en la vanguardia de los países europeos en cuanto a derechos civiles.
La ley que autorizaba el matrimonio homosexual, promulgada por el Gobierno de Zapatero, que sacó a la calle a la derecha española, prietas las filas con la conferencia episcopal, es ejemplo de una legislación que amplía las opciones de los ciudadanos sin obligar ni limitar a nadie. Es decir, da oportunidades a una serie de personas a las que se les negaba, sin que ello signifique el menor prejuicio para los heterosexuales.
El retorno de la derecha al poder, de la mano de Mariano Rajoy, ha venido acompañada de un verdadero programa de restauración ideológica, es decir, de regresión en el sistema de derechos y libertades. Lo hemos visto en la respuesta a la crisis económica, donde con la coartada de la austeridad y de las exigencias europeas, se ha precarizado enormemente la condición de los trabajadores asalariados. Y lo vemos ahora con una verdadera ofensiva ideológica, de la que esta semana se ha vivido un episodio emblemático: la aprobación por el Gobierno de una ley del aborto enormemente restrictiva, que quita a las mujeres un derecho adquirido y las coloca bajo un humillante sistema de tutela.
Frente a una idea positiva del poder, fundada en la ampliación de oportunidades, en el reconocimiento de los ciudadanos y en la tolerancia que impide imponer las propias ideas como obligatorias, el Gobierno de Rajoy vuelve a poner el sistema de derechos y libertades bajo el signo de las prohibiciones y de las restricciones. Y aparecen en escena algunas de las obsesiones tradicionales de la derecha: la desconfianza con los ciudadanos, los recelos con las mujeres, el desprecio a los perdedores y la sumisión a la tutela religiosa.
La ley y la manera en que ha sido presentada rezuman un paternalismo intolerable. Las palabras de Ruiz-Gallardón diciendo que por primera vez la mujer no es culpable del aborto es una ofensa inadmisible. Lo que hace la ley es convertir a la mujer en una menor de edad, limitando enormemente los supuestos en que podrá tomar una decisión que solo a ella le concierne, y condicionando su criterio a la doble o triple tutela de personas que ni tan siquiera podrá escoger. ¿Esto es respetar a la mujer? Es más bien seguir alimentando las fantasiosas ideas de ciertas creencias religiosas que la ven como débil, escasamente fiable y portadora de pecado.
Rajoy ha puesto en marcha la restauración conservadora. Es cierto que venía anunciándolo desde hace tiempo. Pero francamente costaba creer que un hombre, poco amante del ruido, se atrevería a ir tan lejos. Prohíbo, luego existo. Su aparente indolencia esconde, por lo visto, una mentalidad de militante neoconservador capaz de desbordar a Aznar por la vía reaccionaria.
Empezó debilitando enormemente a los trabajadores en sus derechos y ante las empresas. Sigue ahora con las mujeres. Está en camino la ley de conversión de la seguridad ciudadana en el viejo orden público, para contener la indignación y la protesta que tarde o temprano explotará en este país.
Es cierto que los comportamientos de los ciudadanos tienen mucho que ver con la ideología dominante en las élites y que la idea del sálvese quien pueda y de la sociedad de individuos aislados luchando a muerte por la supervivencia con el vecino ha cuajado en la sociedad.
Pero la crisis ha empezado a romper el círculo de la indiferencia, la ciudadanía ha encontrado en la cooperación con los demás vías de resistencia, y las afrentas provocadas por este proceso de restauración ideológica basada en las prohibiciones y en el retorno al pasado pueden hacer que parte de la sociedad rompa por fin con el miedo. Me pregunto: ¿Dónde están los defensores de las libertades y de los derechos civiles que en un partido de tan amplio espectro como el PP también deben existir? ¿Por qué callan?
Josep Ramoneda,
El aborto y el morbo de prohibir, El País, 24/12/2013