Ahora que acabamos de pasar otro fin de año, muchos de ustedes han decidido ser mejores, más sabios, más fuertes y más ricos en los meses y años venideros. Al fin y al cabo, somos seres humanos libres, no esclavos, robots o animales condenados a repetir los mismos errores odiosos una y otra vez. Como escribía William James en 1890, toda la "salsa y la emoción" de la vida provienen de "nuestra idea de que en ella las cosas realmente se deciden de un momento a otro, y que no es el monótono repiqueteo de una cadena que se forjó hace innumerables siglos". Ya basta, doctor James. Una serie de experimentos realizados durante los últimos años indica que la mente consciente es como un mono cabalgando un tigre de decisiones y acciones subconscientes en progreso, que inventa frenéticamente cuentos de que tiene el control.
En consecuencia, médicos, neurocientíficos e informáticos se han unido a los herederos de Platón y Aristóteles para discutir qué es el libre albedrío, si lo tenemos o no, y qué nos llevó a creer que lo teníamos en primer lugar.
"¿Es una ilusión? Ésa es la cuestión", dice Michael Silberstein, filósofo de la ciencia del Elizabethtown College de Pensilvania (EE UU). Otro interrogante, añade, es si hablar sobre esto en público avivará las guerras culturales. "Si la gente alucina con la evolución y otras cosas", escribía en un correo electrónico, "cómo no va a alucinar si los científicos y los filósofos le dicen que no es más que una avanzada máquina de carne; además, ¿esa conclusión está ahora claramente justificada o es prematura?".
Daniel C. Dennett, un filósofo y científico cognitivo de la Tufts University que ha escrito mucho sobre el libre albedrío, dice que "cuando nos planteamos si el libre albedrío es una ilusión o una realidad, nos asomamos a un abismo. Al parecer, afrontamos una caída en el nihilismo y la desesperación".
Mark Hallett, un investigador en neurología, dice: "El libre albedrío no existe, sino que es una percepción, y no un poder o una fuerza impulsora. La gente experimenta el libre albedrío. Tiene la sensación de ser libre. Cuanto más lo examinas, más te das cuenta de que no lo tienes", afirma.
Esa idea no es nueva, ni mucho menos. El filósofo alemán Arthur Schopenhauer dijo, como parafraseó Einstein, que "un ser humano puede hacer lo que quiera, pero no desear lo que quiere".
A Einstein, entre otros, le parecía una idea reconfortante. "El saber que la voluntad no es libre me protege de perder el buen humor y tomarme demasiado en serio a mí mismo y a los demás seres humanos como individuos que actúan y juzgan", afirmó.
El grado de consuelo o depresión que esto les produzca quizá dependa de lo que entiendan por libre albedrío. La definición tradicional se denomina "libertaria" o libre albedrío "profundo". Sostiene que los humanos son agentes morales libres cuyas acciones no están predeterminadas. Esta escuela de pensamiento en la práctica dice que toda la cadena de causa y efecto de la historia del universo se detiene en seco cuando sopesas la carta de postres en un restaurante.
Llegados a ese punto, todo es posible. Sea cual sea su elección, no es forzada y podría haber sido distinta, pero no es aleatoria. Ustedes son responsables de cualquier daño ocasionado a su cartera o arterias.
"A mucha gente eso le parece incoherente", comenta Silberstein, que señala que todo sistema físico que se ha investigado ha resultado ser determinista o aleatorio. "Ambas son malas noticias para el libre albedrío", asegura. Por tanto, si las acciones humanas no pueden causarse ni son aleatorias, dice, "debe de ser, ¿qué? ¿Una especie de extraño poder mágico?".
Pero sea lo que sea ese poder -llámenlo alma o espíritu-, esa gente tiene que explicar cómo pudo independizarse del universo físico y aun así extender el brazo desde el mundo inmaterial e inmiscuirse en nuestras agitadas neuronas.
Un voto a favor del libre albedrío proviene de algunos físicos, quienes afirman que es un requisito previo para inventar teorías y planificar experimentos. Eso es particularmente cierto cuando hablamos de mecánica cuántica, la extraña y paradójica teoría que atribuye una aleatoriedad microscópica a los cimientos de la realidad. Anton Zeilinger, un físico cuántico de la Universidad de Viena, decía recientemente que la aleatoriedad cuántica no era "una prueba, sino tan sólo un indicio de que tenemos voluntad propia".
En algunos experimentos, se ha engañado a sujetos para que crean que están reaccionando a estímulos que no pueden haber visto con tiempo suficiente como para responder a ellos, o para que se atribuyan o culpen de cosas que no pueden haber hecho. Pongamos por caso el "experimento vudú" de Dan Wegner, un psicólogo de Harvard, y Emily Pronin, de Princeton. En él, se invita a dos personas a jugar al hechicero.
Una persona, el sujeto, lanza una maldición a la otra clavando agujas a un muñeco. Sin embargo, la segunda persona participa en el experimento y, según ha convenido anteriormente con los médicos, actúa de manera detestable para caer mal al que clava las agujas, o con simpatía. Al cabo de un rato, la supuesta víctima se queja de un dolor de cabeza. En los casos en los que la persona había sido desagradable, el sujeto tendía a hacerse responsable de su dolor de cabeza, un ejemplo del "pensamiento mágico" que lleva a los aficionados al béisbol a ponerse sus gorras con la parte de dentro hacia fuera [para traer suerte al equipo]. "Conseguimos que pasara en un laboratorio", dice Wegner.
¿Es un tipo de pensamiento mágico similar el responsable de la experiencia del libre albedrío? "Vemos dos puntas del iceberg, el pensamiento y la acción", señala Wegner, "y establecemos una conexión".
Pero buena parte de la acción se desarrolla bajo la superficie. De hecho, la mente consciente a menudo supone una carga para muchas actividades. Pensar demasiado puede causar ansiedad a un golfista. La gente conduce mejor con el piloto automático. Los escritores de ficción afirman escribir en una especie de trance en el que sencillamente siguen el dictado de las voces y personajes que pueblan su cabeza, una bendición que, por desgracia, rara vez o nunca se concede a los escritores de no ficción.
Dennett es una de las muchas personas que han intentado redefinir el libre albedrío de un modo que no implique una huida del mundo materialista, a la vez que ofrece suficiente autonomía para la responsabilidad moral, que parece ser lo que preocupa a todo el mundo. Según Dennett, la idea intuitiva tradicional de un libre albedrío distanciado de la causalidad es una tontería exagerada y metafísica, que refleja una anticuada visión dualista del mundo. Por el contrario, sostiene Dennett, nuestra inmersión en la causalidad y el mundo material es precisamente lo que nos libera. La evolución, la historia y la cultura, explica, nos han dotado de sistemas de reacción que nos otorgan la capacidad única de reflexionar y pensar las cosas e imaginar el futuro. El libre albedrío y el determinismo pueden coexistir.
"Tenemos todas las variedades de libre albedrío que merece la pena tener", dice Dennett. "Tenemos el poder de vetar nuestros impulsos y luego vetar nuestros vetos", agrega. "Tenemos el poder de la imaginación, de ver e imaginar futuros".
Dennis Overbye, La ilusión del libre albedrío, El País, 07(02/2007 ©The New York Times
El inconsciente proponeEn los años setenta, el fisiólogo Benjamin Libet conectó el cerebro de unos voluntarios a un electroencefalógrafo e indicó a dichos voluntarios que realizaran movimientos aleatorios, como pulsar un botón o chasquear los dedos, mientras anotaba la hora que marcaba un reloj.
Libet descubrió que las señales cerebrales asociadas a esas acciones se producían medio segundo antes de que el sujeto fuera consciente de la decisión de llevarlas a cabo. El orden de las actividades cerebrales parecía ser percepción del movimiento y luego decisión, y no a la inversa. En resumen: el cerebro consciente sólo intentaba ponerse al nivel de lo que ya estaba haciendo el cerebro inconsciente. La decisión de actuar era una ilusión.
Los resultados de Libet se han reproducido una y otra vez, junto con otros experimentos que apuntan a que se puede engañar fácilmente a la gente cuando se trata de asumir la autoría de sus acciones. Los pacientes con tics o ciertas enfermedades, como la corea, no saben si sus movimientos son voluntarios o involuntarios, señala el neurólogo Mark Hallett.
Naturalmente, casi todo el mundo tiene un punto de vista sobre esos experimentos y sobre si debería emplearse la palabra "ilusión" para describir el libre albedrío. Libet dice que sus resultados dejan margen para una versión limitada del libre albedrío, encarnada en un poder de veto sobre nuestra percepción de lo que hacemos. En la práctica, el cerebro inconsciente propone y la mente dispone.
En un ensayo de 1999, Libet escribía que, aunque pudiera parecer que no es gran cosa, era suficiente para satisfacer las normas éticas. "Casi todos los Diez Mandamientos son órdenes de que no se haga algo", explicaba. Pero eso podría parecer una forma insuficiente y limitada de libre albedrío.