Despedida de un soldado en la estación de tren Victoria (Londres) en 1914. Comenzaba la guerra.El estallido de la guerra no coge a nadie desprevenido. E incluso la población, en un acto de absoluta ignorancia sobre lo que podría suceder, lo celebra. Está convencida de que será una guerra corta, “una cosa que apenas durara dos meses” y terminará antes de que acabe 1914. La cena de Navidad, piensan, servirá para que los soldados evoquen sus hazañas heroicas en el campo de batalla. “El pueblo fue feliz al conflicto”, asegura el historiador.
Batalla a batalla, muerto a muerto, esos dos meses se convirtieron al final en cuatro años. Y esos jóvenes que alegremente se habían alistado, o les habían alistado, contagiados por “esa visión un poco romántica de la guerra” acaban luchando por su vida “en una guerra espantosa, de trincheras, barro, mal tiempo… un espanto”.
Ese entusiasmo inicial no fue ajeno a ningún país. “Inglaterra no tenía un ejército muy numeroso, pero cuando se abren en los primeros días las oficinas de reclutamiento de voluntarios es tal la cantidad de postulantes que las autoridades tienen que mandar a la mayoría a casa. Se esperaban 20.000 solicitudes y se reciben 70.000. Ni siquiera el país tiene tantos uniformes o armas”, explica
Eslava Galán.
Guillermo Rodríguez,
Cien años de la I Guerra Mundial: sangre, barro y trincheras., El Huffington Post, 16/02/2014
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