Lo dijo Matteo Renzi en la reunión de la Dirección Nacional del Partito Democratico del 13 de febrero en la que explicaba la maniobra que ha protagonizado. Es un momento para actuar con “parresia”, dijo. Sin duda la palabra la llevaba escrita (inclina la cabeza hacia el papel que hay sobre el atril para leerla), pero no por eso dejó de sorprenderme. Es una palabra tan culta que no está en el diccionario, porque es la transcripción directa de la palabra griega παρρησία. La traducción es algo descafeinada: franqueza. Por eso hay quienes prefieren usar la palabra griega directamente.
Michel Foucault le da mucha importancia a la parresía. La encuentra en los textos de los filósofos clásicos para indicar una cierta estilización en el modo de proceder, una buscada forma de comportarse, fruto de una reflexión mental sobre sí mismo. Emplea una perífrasis para traducirla y hacerla entender: la parresía es el coraje de la verdad. El parresiasta es aquel ciudadano que toma la palabra con valentía para decir algo que desafía a la autoridad, que pone en peligro una relación de amistad. Es una manera de hablar contraria a la adulación, la hipocresía o la retórica. El riesgo que se arrostra es el de no gustar, el de enfadar, poniéndose así en una posición de debilidad frente al otro que puede sentirse resentido, lo que en ciertas ocasiones acarrea consecuencias nefastas. El parresiasta no es el maestro diciéndole cuatro verdades al alumno, sino el alumno poniendo al maestro contra la pared con sus afirmaciones. La valentía de la verdad se mide por lo que se puede perder hablando francamente.
Cuando Platón le dijo al tirano de Siracusa que no había encontrado a ningún hombre en aquella ciudad (aludiendo a la falta de moderación con la que se comportaban sus habitantes y sus gobernantes), la reacción de éste no se hizo esperar: encerró a Platón y después intentó deshacerse de él metiéndolo en un barco como esclavo. Platón actuó como un parresiasta, sabía que corría un peligro y si no calló, fue por fidelidad a sí mismo.
Volviendo a Renzi. Emplea la palabra para aplicársela a sí mismo: esta es la verdad, con el gobierno Letta no se va suficientemente deprisa, las reformas necesarias no se están llevando a cabo (ley electoral, reforma de las cámaras, reforma de la administración) y el país se encuentra empantanado; podría esperar a las próximas elecciones pero la situación requiere dar un paso adelante; seré criticado por lo que hago, como también lo seré si no hago nada; es este el momento y por supuesto sé que me la estoy jugando.
No puedo juzgar lo que está pasando en Italia y no me lo propongo. Estoy lejos de allí ahora mismo y no oigo la música de los periódicos, de los debates mediáticos, de la gente de la calle. Pero Renzi me gusta como político y quizá es el político que necesita Italia para salir adelante. No puede hacer las cosas él sólo y dependerá de su capacidad de relación, de escucha, de acuerdo con los otros. Tendrá que acertar quiénes son esos otros en los que tiene que apoyarse y con los que tiene que actuar. Y quizá entonces me seguirá gustando o no.
Lo bien cierto es que parece increíble que todavía hoy existan personas con vocación política. Se ha convertido en la posición más denostada de nuestras sociedades. Se sospecha siempre de su ambición. El propio Renzi, en su comparecencia ante la dirección de su partido, salió al paso de lo que muchos piensan que es un insulto y dijo que, en efecto, él era ambicioso y tenía la ambición de cambiar las cosas.
Quienes entran en política con la idea de aportar lo mejor de sí mismos y poder cambiar las cosas para mejor, a mis ojos, tienen una o dos marchas de más: la de creer en sí mismos y la de soportar todo tipo de críticas e insultos. Recordemos a Zapatero: ¿acaso se le puede poner en el saco de los políticos corruptos o llenos de ambiciones personales? Sin embargo, habrá muchos que lo digan, y lo peor, que lo digan con un gran asentimiento en torno.
Ante una copa de vino, sospechar de cualquier institución política o de cualquier político está bien visto. Es tarea de periodistas y del pueblo llano. Son comentarios que caen bien. Lo otro, preguntarse sinceramente por cómo se hacen las cosas en tal o cual lugar de la política o por tal o cual político, resulta ingenuo y es interpretado incluso como falta de agudeza. Comienzo a considerar que existe un prejuicio más de los que normalmente se nombran, o sea que además de prejuicios machistas, racistas, homófobos, existen los prejuicios políticos.
No sé cómo lo hará Renzi, ni sé si es de verdad parresiasta, ni si logrará sus objetivos, pero hoy mi simpatía está puesta en su energía y mi desprecio hacia todos los que manifiestan prejuicios políticos. Tiempo tendré, y ese derecho me reservo, de juzgarlo por los hechos.
Maite Larrauri, ¿Renzi parresiasta?, fronteraD, 17/02/2014