Recordemos la forma en que hace unos años, justo antes del colapso de Lehman Brothers, el sector financiero se enorgullecía de su capacidad de innovación. Debido a que las instituciones financieras habían atraído a las mejores y más brillantes mentes de todo el mundo, uno no habría esperado nada menos. No obstante, al examinar esto de manera más detenida se hizo evidente que la mayor parte de dicha innovación implicaba idear mejores formas para estafar a los demás, manipular a los mercados sin ser descubierto (al menos, no durante un largo periodo) y explotar el poder de mercado.
En este periodo, cuando los recursos fluían hacia este sector “innovador”, el crecimiento del PIB fue marcadamente menor al que se registraba anteriormente. Incluso en los momentos más propicios, el sector financiero no condujo hacia un aumento de los estándares de vida (con excepción de los estándares de vida de los banqueros), y con el tiempo condujo hacia la crisis de la cual ahora nos estamos recuperando. La contribución social neta de toda esta “innovación” fue negativa.
De manera similar, la burbuja del puntocom que precedió a este periodo se caracterizó por la innovación, existen sitios web a través de los cuales uno puede pedir en línea refrescos y comida para perros. Por lo menos este periodo dejó un legado de motores de búsqueda eficientes y una infraestructura de fibra óptica. Sin embargo, no es nada fácil evaluar cómo el ahorro de tiempo que implica las compras en línea, o el ahorro de costes que pudiese derivarse de una mayor competencia (debido a que es más fácil comparar los precios en línea), afecta a nuestros estándares de vida.
Joseph E. Stiglitz, El enigma de la innovación, El País, 30/03/2014 [economia.elpais.com]