El pasado abril se cumplió un año de la muerte de Carla, una niña de 14 años que se arrojó a las rocas desde un acantilado de Gijón por la persecución insoportable a la que había sido sometida por sus compañeras de clase. La llamaban bizca (tenía estrabismo), bollera; le metieron la cabeza en un retrete; la pegaban. Pedro Simón sacó en El Mundo hace unas semanas un extracto de las conversaciones de la niña con su hermana en Facebook: “Mañana salgo y no sé si salir porque me van a buscar”, decía Carla; “pues intenta ir por donde sepas que no paren y con muchos amigos”, respondía la hermana. Y Carla contestaba: “Nadie me va a defender, no hay huevos”. Saco a colación este caso terrible porque creo que en él se dan las dos condiciones esenciales para que la pesadilla siga existiendo. La primera es el miedo o la indiferencia de los otros compañeros. Creo sinceramente que los bárbaros capaces de atormentar así son minoría; pero se aprovechan de la falta de reacción de la mayoría. Hay que hablar del tema constante y públicamente, hay que hacer campañas concienciadoras, anuncios de televisión, cómics, vídeos en YouTube; que el abusón sea visto como un repugnante miserable; que se eduque a los niños en el aborrecimiento a ese maltrato y en la defensa del maltratado; que los perseguidores queden públicamente expuestos como lo que son, unos seres despreciables, cobardes y ridículos.
Pero la segunda condición es aún más esencial, y es la actitud de los centros, de los profesores y de los jueces. En el tema de Carla, no ha sucedido nada; no ha habido ni responsabilidades ni consecuencias. La Fiscalía de Menores de Oviedo archivó el caso al cumplirse el año del suicidio de la niña; la familia de Carla y la Asociación Contra el Acoso Escolar luchan para que se reabra. Tengo la terrible sensación de que muchos colegios prefieren tapar estos asuntos y mirar para otro lado, cuando, por el contrario, deberían tener programas y protocolos especiales para prevenir semejante martirio. Y, si los profesores y los centros educativos fallan, tiene que entrar en funcionamiento el sistema legal. Se puede y se debe castigar ejemplarmente: por ejemplo, en 2011 el colegio Amor de Dios de Alcorcón fue condenado a pagar 40.000 euros por el acoso continuado de un crío desde los 7 hasta los 10 años. Es fácil ignorar el sufrimiento de los niños porque en realidad protestan muy poco; no esperemos para combatirlo a que se tiren desde el acantilado.
Rosa Montero,
El sufrimiento de los niños, El País semanal, 11/05(2014
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