No está loca. Y, sin embargo, su ropa suena. Cuando abre el armario y observa con detenimiento sus camisetas de colores es capaz de escuchar el Himno de la Alegría. Si combina azul celeste con naranja, suena la banda sonora de la película Tiburón. Y cuando escucha la voz de su novia observa un color añil limpio. Salvo cuando está a punto de quedar dormida, que se tiñe de gris plateado. No está loca: Ruth Rubio es sinestésica.
La sinestesia es una peculiaridad mental que tiene el 1% de la población mundial. Consiste en un cruce entre los diferentes sentidos en un mismo acto perceptivo. No es una impresión lo que perciben: lo sienten realmente. Un sinestésico escucha colores, ve sonidos, prueba olores, siente música, huele palabras o ve dolores y sentimientos. Hay más de 100 combinaciones posibles según la psicóloga Alicia Callejas, miembro del
grupo de investigación de Neurociencia Cognitiva de la Universidad de Granada, institución que se ha convertido, desde hace 10 años, en un referente mundial en el estudio de esta particularidad.
Rubio escucha todos los colores. “El rojo me suena a do, el azul a sol y el negro es silencio. Hoy voy vestida muy armónica [jersey rojo, pantalones azules y zapatillas rojas] y mi ropa suena así: dooooo-soool-doooo. Y me gusta”, cuenta esta onubense de 24 años mientras reproduce los sonidos que asegura escuchar. Mientras su mano dibuja las ondas de la melodía. Rubio también ve colores y texturas en los sonidos: “La voz de mi profesor de fotografía es azul oscuro pero con una textura muy extraña, como melocotón por fuera y pinchitos por dentro. Es como un erizo abrigado por un melocotón”. Lo cuenta y se ríe. Quizás porque le resulta graciosa la expresión de sorpresa que pone la gente cuando habla de algo que, para ella, es natural. “Como respirar. Uno no es consciente de cuántas veces inhala por minuto. Yo vivo con esto sin darme cuenta”.
La
sinestesia es una forma distinta de percibir. “No es ni bueno ni malo”, relata Juan Lupiañez, director del grupo de investigación de la Universidad de Granada que estudia esta particularidad. Este psicólogo puntualiza que no se trata de ninguna patología o anomalía, solo las personas sinestésicas en forma muy aguda terminan el día sobre estimuladas y cansadas. No padecen ningún efecto colateral. “Si les preguntas si desean dejar de ser sinestésicos, te manda a volar”, bromea.
La mayoría de ellos no sabe que percibe la realidad de forma atípica. Rubio lo descubrió hace siete años. A los cinco se interesó por la música. Un año más tarde, comenzó a tocar el violín. “Ningún don, solo interés”, precisa. Pero un don sí que tenía: a los 12 años, su profesor de música se dio cuenta de que era oído absoluto, identifica cada nota musical sin tener un sistema de referencia previo. A los 17 años, una compañera que estaba escribiendo una tesis sobre sinestesia le preguntó si, al ser oído absoluto, podía también ver colores en los sonidos (hay teorías que relacionan ambas condiciones). “Sí, pero igual que todo el mundo, ¿no?”, contestó pasmada. En ese momento se percató de que su manera de percibir la realidad era distinta a la del 99% de las personas. Ahora es profesora de violín, licenciada en Comunicación Audiovisual, compone sinfonías para su grupo de música y también para obras de teatro.
El tipo de sinestesia más común es grafema-color,es decir, ver los números y ciertas palabras con un color determinado, que siempre es el mismo. La Universidad de Granada ofrece un test para diagnosticar esta condición. Primero se mide lo que los investigadores definen como “consistencia”: se muestran distintos números o palabras y se pide a la persona que indique el color en que la percibe. Debe ser uno en concreto. Puede decir un verde pistacho (no es el mismo color para todos los sinestésicos), pero no un “medio verde y medio azul”, advierte Lupiañez. Al cabo de unas horas, días o semanas, se le vuelve a preguntar sin haberle informado antes de que esto se fuera a hacer. Cuando una persona es realmente sinestésica, encontramos que la respuesta sigue siendo la misma para la mayoría de los estímulos presentados, aunque haya pasado mucho tiempo. Las personas que no son sinestésicas sólo son consistentes en un porcentaje muy pequeño de sus respuestas debido a que la estrategia que utilizan para responder está basada en la memoria y no en una percepción directa de los colores.
Después se mide “la automaticidad”: se enseña un número con un color distinto al que los sinestésicos normalmente ven y se les pide que rápidamente mencionen el color en que está escrito el número. Si les cuesta contestar y tardan en reconocer el color del número en cuestión, es otro indicio de que son sinestésicos.
Personajes conocidos como Baudelaire, Wagner o Scriabin eran sinestésicos. El poeta francés Rimbaud fue explícito en su Soneto de las vocales: “A negra, E blanca, I roja, U verde, O azul: vocales, algún día diré vuestro origen secreto”. Y el pintor Kandinsky retrataba los colores que las notas musicales le sugerían.
Esta particularidad se produce en el proceso de maduración cerebral. Al principio todas las neuronas están conectadas entre sí. Cuando el cerebro comienza a desarrollarse, explica Lupiañez, los vínculos se van inhibiendo. Pero en las personas sinestésicas dicha conectividad no se elimina. Esto sucede “por algo de herencia genética y algo de azar. Son hipótesis”, comenta el psicólogo. Este fenómeno, sin embargo, es muy útil para investigar la consciencia. “La realidad es más subjetiva de lo que pensábamos”,
cuenta Callejas. “Y en esto radica su mayor interés científico”.
Para Rubio la sinestesia no es un problema. Salvo cuando va a una discoteca. Con un poco de alcohol los colores se agudizan. Y muchas veces las luces no se corresponden a los colores que escucha. “Me puedo estresar demasiado y me voy”, comenta sin dejar de sonreír. “Bueno, otro obstáculo es combinar la ropa, a veces me visto por cómo suena y mi novia me tiene que corregir”. Y es que Rubio no se viste con vaqueros ni camisetas de colores. Se viste a través de las notas musicales. Una forma distinta de percibir el mundo, una realidad donde el rojo suena a do.
Marina Gómez-Robledo,
Cuando el rojo suena a do, El País, 03/06/2014