La invención del dinero –o cualquier otro medio de intercambio– altera las reglas del juego. La gente puede comprar más cosas de las que son capaces de utilizar; puede convertir los alimentos perecederos en dinero imperecedero. Y puede comprar el trabajo de quienes no poseen tierras, que, cuando se combina con la propiedad, se convierte también en el trabajo del propietario. En suma, Locke acepta el hecho de que las desigualdades de la propiedad son parte ineludible del abandono del estado natural.
Buen truco. El capitalismo –con sus desigualdades y sus extremos de riqueza y pobreza– recibe, en teoría, la bendición de la legitimidad: la acumulación de propiedades es un derecho natural. Al final estas teorías se han incrustado en el derecho estadounidense, que gira en un noventa por ciento en torno a la propiedad. Para un rousseauniano, para un marxista o para cualquier partidario radical de la igualdad, aquello fue un desastre para la teoría política; para el capitalismo fue la propia revolución gloriosa.
David Denby, Los grandes libros, Madrid: Acento Editorial, 1997.