Somos libres o, como el cerebro está sometido a las leyes de la naturaleza, lo que hacemos ya está determinado de antemano? ¿Existe el inconsciente? ¿De dónde surge la creatividad? Y ¿cómo memorizamos las cosas? Joaquín Fuster (Barcelona, 1930), catedrático distinguido de Psiquiatría y Ciencias del Comportamiento en la Universidad de California Los Ángeles, pionero en la investigación de las estructuras neurales que hay bajo el comportamiento y la cognición, e Ignacio Morgado, catedrático de Psicobiología en la Autònoma, acaban de publicar, respectivamente, Cerebro y libertad (Ariel) y Aprender, recordar y olvidar (Ariel) y hablan de sus ideas con La Vanguardia.
Ha sido un anatema para la neurociencia, pero ¿somos libres?
Joaquín Fuster: Sí, el libre albedrío existe, pero tiene límites físicos -no podemos volar porque no tenemos alas- y éticos, porque no hay libertad sin responsabilidad. La responsabilidad es necesaria en todo grupo de seres vivientes y tiene raíces evolutivas. Los atributos más importantes de la libertad responsable son la confianza en el otro, la filiación -la necesidad de sentirse parte de un grupo humano- y el altruismo, de origen evolutivo, porque de la evolución del grupo se beneficia también el individuo.
Ignacio Morgado: Lo básico y contundente en el trabajo de Joaquín es que sin corteza prefrontal, que él ha explicado mejor que nadie en la neurociencia del siglo XX, no hay libertad, responsabilidad, ética ni nada.
Dice incluso que la corteza es la guía de la conciencia, y no al revés.
J.F.: Sí. Lacorteza, cuando llega a un nivel adecuado de activación, produce la conciencia. Es un fenómeno imprescindible, necesario y consecuente de la actividad de la corteza.
Pero ¿qué es esa corteza prefrontal que es cuna de la libertad?
J.F.: Es la última parte de la corteza en desarrollarse en el curso de la evolución y en el desarrollo individual. Es nuestro director de orquesta, aunque no puede hacer nada por sí solo. Entre los muchos influjos aferentes a esa corteza prefrontal están los impulsos de origen biológico, los instintos y necesidades biológicas del individuo. La corteza canaliza esos impulsos primitivos que lo que hacen es determinar hasta cierto punto la dirección y el sesgo de nuestras acciones sobre el mundo de las demás y el propio.
¿El inconsciente existe como nos lo vendían?
J.F.: Existe, pero es otra cosa. Una de las cosas que el organismo hace con estas fuentes de impulsos biológicos es canalizarlas y hacerlas compatibles con la vida social. Y sublimarlas, transformarlas de modo que están escondidas, recónditas, somos inconscientes de ellas, pero modulan nuestra conducta.
¿Se equivocaba Freud?
J.F.: Hay dos críticas principales. Primero, hizo hipótesis que no podían rebatirse. Y no hay teoría que valga que no sea contrastable. La otra es que usó metáforas termodinámicas sobre la mente como si fuera un sistema hidráulico, con válvulas. Pero fue uno de los mejores escritores del siglo XX, tuvo una cultura extensísima, relaciones intelectuales de primer orden y un método como pocos para entender la mentalidad humana. Falló en explicarla, pero acertó en entenderla.
¿El psicoanálisis es útil?
J.F.: Como terapia está casi descartada excepto en ciertos países de Sudamérica. No tiene la vitalidad de antes. Además es ineconómico, y hoy se mira mucho el costo de las cosas.
La libertad consiste, dice Fuster, en poder recombinar lo que llama cógnitos. ¿Qué significa?
J.F.: El cógnito es una red de neuronas corticales que se han ligado entre sí en la formación de conocimiento y de memoria. Son unidades de memoria. Pueden ser muy extensas o muy pequeñas. El cógnito que llega a un cierto nivel de actividad llega al estado consciente. Pero el cógnito tiene una penumbra de asociaciones ligeras, tenues, pasadas, poco estables.
I.M.: Como la parte del iceberg que no se ve.
J.F.: Y sirven para modificar nuestra conducta, a veces de modo intuitivo. La intuición sale de allí en buena parte. Es el razonamiento inconsciente. Muchas veces esta intuición no sólo modifica sino que determina la conducta. En castellano hay una palabra preciosa, la corazonada, hago una cosa y no sé por qué, luego con análisis puedo llegar a la raíz.
Si la libertad es la posibilidad de recombinar esos cógnitos, ¿aprender es crearlos?
J.F.: Sí. Adquirir memoria, y así conocimiento, es formar redes, asociarlas. Así la corteza prefrontal nos abre al futuro. De hecho, con la maduración de esa corteza prefrontal el futuro se hace más y más lejano. El niño lo quiere todo ahora y sólo puede planear lo que va a hacer esta tarde. El adulto puede planificar, proyectarse a sí mismo y al mundo en el futuro.
¿Ahí está la creatividad?
J.F.: Sí, es hacer nuevas asociaciones, cógnitos ejecutivos nuevos, que incluyen la acción. Es muy importante en todos los terrenos. El arquitecto Bruno Zevi decía: dejemos ya de aprender y empecemos a soñar. Es esa transición.
¿Cómo aprendemos?
J.F.: Por asociación de estímulos simultáneos. Cosas cerca en el tiempo y el espacio tienen la tendencia a ligarse, a facilitar las sinapsis entre los elementos que las representan.
I.M.: Ramón y Cajal se atrevió a postular hipótesis de cómo podían las neuronas albergar la memoria y dijo que al aprender emiten brotes, espinas dendríticas, que les sirven para formar conexiones con otras neuronas. Así se forma el cógnito. Borges tiene un cuento que es Funes, el memorioso. Un individuo que lo recordaba todo. Pero esa memoria es un infierno: los cógnitos se interfieren continuamente con gran cantidad de información. La memoria biológica es promiscua, los cógnitos están entremezclados, y por eso muchas veces olvidamos o confundimos unas cosas por otras. Al activar una red para evocar un recuerdo pueden surgir activaciones parciales de redes paralelas con otros recuerdos, y eso hace que a veces confundas unos nombres con otros, unas caras con otras...
Pero ¿qué ayuda a aprender?
I.M.: El mecanismo que la evolución ha elegido para seleccionar lo que almacena la memoria es sobre todo la emoción. Lo que nos emociona produce una actividad fisiológica rápida de naturaleza neuronal y una más lenta de naturaleza hormonal que consigue que esos cógnitos establezcan las conexiones sinápticas que contienen con más fuerza, más estabilidad. Además, en la investigación hemos visto el papel del sueño en la memoria. Viene a ser una repetición de esa actividad neuronal que durante el día permite que formemos los cógnitos. Y el sueño puede formar parte de ese procesamiento de información de la parte del iceberg que no se ve que da lugar a la respuesta intuitiva y la creatividad. Mendeleiev decía que el descubrimiento de la tabla periódica se le ocurrió durmiendo. Y los Beatles también dicen que algunas de sus mejores canciones fueron resultado de una noche de sueño.
¿Ayudaría la neurociencia a un país en el que los informes PISA...?
I.M.: Soy muy escéptico con los informes PISA. No es verdad que todo se haga mal. Pero la neurobiología puede ayudar a mejorar la educación. No es que nos queramos meter en el terreno de los pedagogos, sino que muchas veces refrendamos científicamente muchos procedimientos de enseñanza que han funcionado bien siempre: maestros que con una pizarra te hacían aprender mucho más que hoy muchos con ordenadores y selectos programas informáticos.
Afirman que la relación alumno profesor es muy importante.
I.M.: En EE.UU. está surgiendo un movimiento de rechazo al excesivo informaticismo pedagógico.
J.F.: Sí, porque la enseñanza en cualquier nivel requiere el ciclo percepción acción con el maestro, el tutor, el padre, la madre, quien sea. Acción-reacción continua. Eso no puede delegarse a una máquina. El ordenador es diferente del cerebro. El ordenador accede a la información por dirección, y el cerebro lo hace por contenido, por asociación. La única similitud plausible entre el cerebro y la informática es internet. Además, un factor importantísimo es la recompensa, la aceptación que recibe el alumno del maestro, que refuerza más la necesidad de adquirir información. Al que estudia con una máquina le falta esto.
Habla de emoción, libertad... ¿Faltaban en la neurociencia?
J.F.: Sí, abiertamente. Hemos padecido en la ciencia cognitiva dos plagas. Una, el determinismo a ultranza, que no tiene sentido, como el diablo de Laplace: decía que si supiéramos en un momento dado todas las circunstancias de un ser al nacer, podríamos predecir todo lo que ocurrirá hasta la sepultura. Es un absurdo, lo único cierto es la incertidumbre. La otra plaga es el reduccionismo a ultranza. En neurociencia cognitiva es absurdo reducirlo todo a átomos y moléculas.
Justo Barranco, En el laberinto del cerebro, La Vanguardia, 16/06/2014