Los sentidos son la primera vía de acceso a lo que nos circunda y a lo que sentimos en nuestro propio cuerpo, de ahí su importancia a la hora de analizar las relaciones que mantenemos con el entorno natural. El sensorio humano también es producto de la evolución natural, al permitirnos detectar en el exterior lo que nos puede beneficiar o perjudicar. Otras especies animales tienen sus propios sistemas sensoriales, a veces muy diferentes del humano, a veces algo semejantes. En todo caso, nuestro acceso a la primera caverna, E1 (la naturaleza), pasa por una mediación sensorial. Otras especies vivas tienen capacidades sensoriales muy distintas y, lógicamente, sus relaciones con el primer entorno también son muy diferentes.
Para cada uno de nosotros, nuestro cuerpo es la realidad por antonomasia, al ser constitutivo y condición necesaria de la vida. Todo lo que le ocurre a nuestro cuerpo es real para nosotros, aunque a veces no nos apercibamos de ello. Lo real es más amplio que lo percibido, no tenemos capacidad de ser conscientes de todo lo que nos ocurre. De hecho, buena parte de los procesos fisiológicos, orgánicos y mentales funcionan independientemente de nuestra percepción y nuestra conciencia. Esta limitación perceptiva y cognitiva también se manifiesta en relación al mundo externo que nos rodea. Es real para nosotros, pero no podemos conocerlo exhaustivamente, solo una parte. Nuestra capacidad perceptiva está limitada estrictamente.
Hay expertos en ciencias sensoriales, como
Josep de Haro, que distinguen hasta 17 filtros de la realidad: las neuronas, los estímulos accesibles, la franja de operatividad de cada órgano sensorial, los umbrales de variación de los sentidos, la conversión de las percepciones en emociones y sentimientos, el lenguaje, el procesamiento cerebral de los datos, las actitudes ante los estímulos, el paso a la conciencia (solo un 10% de los datos recibidos en el cerebro), el nivel de funcionamiento del cerebro (solo un 10-20% de sus capacidades), los filtros filogénicos, ontogénicos, ecogénicos y sociogénicos, el nivel de atención, las variaciones según el tiempo (sueño/vigilia, por ejemplo), la memoria, etc., y solo se refiere a la percepción individual.79 En conjunto, este autor estima que nuestro sistema sensorial cognitivo solo accede conscientemente al 1% de los fenómenos externos, precisamente porque nuestras relaciones con el entorno exterior pasan por todos esos filtros previos. Más adelante comentaremos sus ideas (
Josep de Haro: «Sensorialidad básica (2): los filtros de la realidad», Percepnet [boletín electrónico], n.º 66. Disponible en
[www.percepnet.] com. 2007).
Si nos fijamos en los mundos generados por las relaciones interpersonales, es obvio que no podemos acceder a los pensamientos ajenos, solo percibimos lo que se muestra, sucede y se expresa dentro de nuestro campo sensorial. En condiciones naturales, el ser humano solo puede llegar a conocer (y en grado muy limitado) una mínima parte del mundo, debido a que su campo sensorial y sus capacidades de relación social son limitadas. Nuestro mundo de vida originario es personal, restringido, se circunscribe a un microcosmos que, comparado con el conjunto de la biosfera, es ínfimo, tanto en tamaño como en complejidad. Lo que percibimos y sentimos en ese microcosmos es lo más importante para nosotros, lo real, en particular lo que le ocurre a nuestro cuerpo. El dolor, por ejemplo. Sin embargo, hay otras realidades, infinitos escenarios de vida, algunos similares al nuestro, los de nuestros congéneres, otros muy diferentes. Considerando el conjunto de la biosfera, nuestro microcosmos o caverna personal es mínima, una entre incontables microcavernas, por importante que sea para nosotros. Hay innumerables realidades, que en su inmensa mayoría nos resultan desconocidas. No tenemos percepción ni conciencia de ellas, mucho menos conocimiento. Sin embargo, podemos imaginar otros mundos, así como expresar lo que pensamos e imaginamos. Las lenguas naturales son un gran instrumento de generación de mundos y personajes virtuales, en cuya existencia creemos aunque no los hayamos visto (pàgs. 104-106).
Javier Echeverría,
Entre cavernas. De Platón al cerebro, pasando por Internet, Triacastella, Madrid 2013