Respecto a la distinción entre cuerpo, mente y cerebro, Damasio mantiene unas tesis que no todos los neurocientíficos comparten. Inspirándose en William James, afirma que «el organismo constituido por la asociación cerebro-cuerpo interactúa con el ambiente como un todo, al no ser la interacción solo del cuerpo o solo del cerebro» (Damasio, A. (2009): El error de Descartes, Barcelona, Crítica). Es posible imaginar al cuerpo como una caverna donde está alojado el cerebro, pero el cerebro no es una parte del cuerpo vivo, sino que ambos funcionan como un todo simbiótico. De hecho, el cerebro surgió a lo largo de la evolución para tener un control sobre el cuerpo, más que sobre el medio ambiente exterior. Siguiendo a Dennett, Damasio criticó la idea cartesiana del alma en la glándula pineal, a la que Dennett había llamado «teatro cartesiano» de manera un tanto despectiva. Damasio afirma que en el cerebro humano no existe ningún área específica capaz de procesar simultáneamente las diversas representaciones e imágenes que proceden de las diversas capacidades sensoriales. Dichas señales convergen en algunas regiones del cerebro, por ejemplo las cortezas entorrinales y perirrinales. Sin embargo, si algunas de esas regiones se lesionan, la integración de los fenómenos mentales se sigue produciendo, aunque aparezcan discapacidades y disfunciones. Por tanto, el cerebro no funciona como un homúnculo que tuviésemos dentro de nuestra mente: «el yo, que dota a nuestra experiencia de subjetividad, no es un conocedor central ni un inspector de todo lo que ocurre en nuestra mente». Algunos cerebros han generado un yo y una conciencia, es el caso de los cerebros humanos, pero eso no implica que la conciencia sea el centro del cuerpo, ni tampoco el cerebro. Nadie es consciente de todo lo que sucede en la mente, ni mucho menos de cuanto ocurre en el cuerpo, puesto que hay infinidad de procesos mentales y fisiológicos (por ejemplo los flujos electroquímicos entre neuronas) de los que el cerebro no es consciente. Por la misma razón, conocemos una mínima parte de lo que pudiera ocurrir en el entorno exterior. Los estímulos externos han sido filtrados previamente por los sentidos, los cuales perciben ante todo aquello que resulta relevante para los intereses del cuerpo humano. Según Damasio, el cerebro es un órgano completamente integrado en el cuerpo e inseparable de él. Antes de hacerse una imagen del entorno exterior, el cerebro se hace una imagen del cuerpo propio. Solo a través de esa propiocepción accedemos a tener una idea del mundo exterior. Desde una perspectiva evolutiva, los cerebros surgieron para coordinar el organismo que los posee y para controlarlo en la medida de lo posible: «en nuestros inicios, primero hubo representaciones del cuerpo propiamente dicho y solo posteriormente hubo representaciones relacionadas con el mundo exterior». Dicho de otra manera: «cuando aparecieron cerebros capaces de pensar, empezaron pensando en el cuerpo».
Estas propuestas de Damasio son discutibles, sin duda, pero tienen gran interés para el tema tratado en este libro, por eso vamos a detenernos en ellas. Si Damasio tuviese razón, el cerebro conocería en primera instancia la caverna corporal en la que está ubicado; es decir, el cuerpo donde el cerebro se inserta. Ocurre además que dicho cuerpo interactúa con un entorno exterior, el mundo. Este mundo exterior es el de la caverna platónica, pero de las tesis de Damasio podemos inferir que hay otra caverna previa para el cerebro humano: el cuerpo donde se inserta, y al que intenta controlar. La expresión «cavernas de cavernas» adquiere así un sentido preciso. El cerebro puede «conocer» el mundo exterior, pero solo a través del cuerpo propio. En conclusión:
Aunque existe una realidad externa, lo que sabemos de ella nos llegaría por medio del cuerpo propiamente dicho en acción, a través de las representaciones de sus perturbaciones. Nunca sabríamos lo fiel que nuestro conocimiento es a la realidad «absoluta». Lo que precisamos tener, y yo creo que efectivamente tenemos, es una notable consistencia en las construcciones de la realidad que nuestro cerebro hace y comparte.(Damasio)
Las construcciones que el cerebro se hace del mundo exterior han de ser consistentes, es decir, fenómenos bien construidos, como diría Leibniz. Además, han de favorecer la supervivencia del cuerpo, e incluso su bienestar. Trátese de la caverna natural (la biophysis), de la caverna cultural (la pólis) o de la caverna digital (el tercer entorno), sus objetos y procesos solo son cognoscibles a través del sistema sensorial del cuerpo, el cual conforma la mampara de sombras de la que habló Platón. Si expandimos su alegoría, el cerebro y sus neuronas están presas en la caverna corporal y también obligadas a contemplar y sentir lo que el mundo exterior proyecta sobre los sentidos. El cerebro es un órgano interno que solo se comunica con el exterior a través de los sentidos y las «imágenes perceptuales» que estos aportan. La alegoría platónica puede aplicarse al modelo damasiano, siendo los sentidos la mampara, el cuerpo la caverna, las neuronas y sistemas neuronales los prisioneros, y los agentes externos los hombrecillos que proyectan objetos sobre nosotros, a través de los sentidos. De hecho, Damasio habla del «teatro del cuerpo». Por nuestra parte, hablaremos de la triple caverna y diremos que en ese teatro no hay un único espectador, sino muchos. Están ubicados en el cerebro e interpretan a su manera las diversas imágenes que los sentidos proyectan sobre ellos. Me estoy refiriendo a las neuronas y sus conexiones. No tienen conciencia, pero procesan información y la valoran (pàgs. 146-148).
Javier Echeverría, Entre cavernas. De Platón al cerebro, pasando por Internet, Triacastella, Madrid 2013