Grandes contrariedades provocan grandes preocupaciones. Pero apenas menudas adversidades llevan también a la preocupación. Prácticamente no hay día sin alguna preocupación o tres o cuatro preocupaciones de diferente estatura. Se diría que la preocupación no nos abandona nunca, presente, futura o pasada. Se alza n el momento de despertar y a menudo llega desde el intenso momento de acostarse. Atraviesa todo el día de la mañana a la noche y cuando se disipa alguna de ellas brotan otras para no dejar nunca el panorama sin un lunar o un enjambre de partículas o moles preocupativas. Vivimos así constantemente preocupados. No ya por que dejaremos de vivir sin duda sino por una adherencia vitalista a la preocupación que no nos dejaría existir si no existiera. Vivir con la consciencia de hallarse vivo conlleva hallarse pre-ocupado. Vivir con la consciencia de que podemos considerarnos llenos de vida y, por lo tanto, todavía tranquilos conlleva el síntoma de examinarnos preocupados.La despreocupación posee en casi todos los ámbitos muy baja consideración. Los ociosos y los despreocupados se asemejan, los indolentes y los despreocupados se emparentan, los despreocupados y los vagos son casi gemelos. El grano, la piedra o la roca de la preocupación se halla incrustada en el proceso de vivir y al cabo vivimos entre tumbos para resolver las preocupaciones. Ellas tiran de nosotros para actuar. Y ellas también en su extremo tiran tanto de nuestra atención que nos desgarran como insoportables fieras.
Vicente Verdú,
La preocupación, El Boomern(g), 16/09/2014