Esa realidad «absoluta» es una idea abstracta, que solo existe como tal en nuestro cerebro. Estamos en nuestra propia caverna y ella es la que nos proyecta imágenes del pasado, del presente y relativas al futuro. De haber una realidad absoluta, esta ex-iste, en el sentido teológico de la palabra «existir», (…). No hay imagen de ninguna realidad absoluta en el cerebro, lo cual no impide que, gracias al lenguaje, se pueda construir esa idea y proyectarla al pasado o al futuro, en forma de Espíritu absoluto hegeliano, o de cualquier otra manera. Algunas de las imágenes que tenemos en nuestro cerebro son sombras aportadas por nuestros sentidos y serían diferentes si tuviéramos otras capacidades sensoriales. Son reales para nuestro cerebro, y algunas muy reales, puesto que las percibe una y otra vez. Lo notable es que podamos compartir (parcialmente) con otros seres vivos esas imágenes que captamos en nuestra propia cueva cerebral. Para ello, es preciso que sus cerebros sean capaces de generar
mapas de imágenes, como nosotros. Según
Damasio, en esto consiste el cerebro, en ser capaz de construir mapas, y en ello se diferencia de las mentes que poseen otros muchos seres vivos y que solo procesan información.
En cualquier caso, de ninguna manera podemos afirmar que en nuestro cerebro existe una única realidad, puesto que hay imágenes del pasado, del presente y del futuro, y no todas encajan entre sí. Nuestras imágenes mentales son reales para nosotros, por eso las creaciones literarias y artísticas tienen un grado de realidad, así como las creencias religiosas. Hasta ahí, estamos en nuestra propia cueva mental. Sin embargo, compartimos algunas de esas imágenes con otros seres vivos, incluso vivimos en un
habitaty un
Lebenswelt común con otras personas, y también con animales. Aun estando en una cueva cerebral y corporal, no estamos solos. El hecho de compartir imágenes con otros seres vivos dotados de cerebro produce una impresión de realidad mayor que la que tienen nuestras imágenes oníricas o nuestras fantasías de futuro. Las imágenes compartidas parecen más reales porque el cerebro las vive así. Unas están marcadas como más reales que las demás, y ello por nuestro propio cerebro. También los sentidos son marcadores de realidad, al igual que los lenguajes. Si, por ejemplo, chocamos con algo duro o nos dan una bofetada, la percepción de dolor es inmediata y con ella experimentamos una intensa sensación de realidad, que a veces dura tiempo, tanta como siga doliendo. Duele, luego existo. Y no solo existo yo, sino también lo que me causa dolor. Esto vale para las sensaciones presentes, pero los dolores recordados y los dolores que uno puede temer en el futuro son de índole muy diferente.
Podemos concluir que hay sensaciones, como el placer y el dolor, que pueden sacarnos de nuestra caverna imaginaria y hacernos experimentar un mayor grado de realidad, a veces compartido con otros seres vivos; pero es el cerebro el que mide ese grado de realidad, en función de las necesidades de la caverna corporal a la que coordina. El cuerpo es nuestra caverna, pero se trata de una caverna natural, a diferencia de los tecnocuerpos artificiales, que también son reales, pero menos. Cuando el cerebro consigue salir de su caverna propia y accede al mundo exterior, por ejemplo cuando se encuentra con mentes ajenas, experimenta otra modalidad de realidad, que cambia su vida, literalmente. Valgan los recién nacidos como ejemplo. Su
Lebenswelt es intensamente real y está construido mediante necesidades básicas, que pueden ser satisfechas o no. En situaciones así, ya hay mente, el cerebro se está formando y todavía no hay conciencia. Sin embargo, el cuerpo tiene muy claro el imperativo de sobrevivir, y por eso gime, llora, grita y patalea. También sonríe, y cautivadoramente, como si supiera de cavernas. El encuentro con otra mirada y con otros gestos, en situaciones así, se vive como real, como muy real. Ello no impide que, en algunos casos, uno esté viendo una muñeca o una imagen en televisión. La sensación de realidad en el cerebro es un sentido interno, al igual que el dolor y el placer. Los sentidos internos y externos construyen realidades. Por eso hay una pluralidad de realidades, no una sola.
Javier Echeverría,
Entre cavernas. De Platón al cerebro, pasando por Internet, Triacastella, Madrid 2013