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Presocràtics |
Uno de los timos más longevos de la historia de las ocurrencias venerandas es a leyenda piadosa de los filósofos presocráticos. Ninguno de esos hombres fabulosos fue filósofo, en el sentido que el término adquirió después de Aristóteles, no tuvieron relación entre sí, no cultivaron el mismo género, ni fueron contemporáneos. No son más que los autores generalmente supuestos de fragmentos textuales de todo pelaje, muchos de ellos poéticos, que no tienen en común más que la descontextualización. Se les llamó presocráticos a finales del siglo XVIII. Antes, se hablaba de sectas. Tiedemann, devoto creyente en el progreso y el pensamiento lineal, marcó la tendencia en 1791 con su “Espíritu de la filosofía especulativa de Tales a Sócrates”. Vinieron luego
Hegel,
Schelling,
Schleiermacher y otros arqueólogos espirituales que fabularon la vida y milagros de la correcta filosofía como la de un ser vivo de generación espontánea, sin parentesco alguno con las puerilidades orientales, pero componente esencial del pensamiento ario. En el mito del pensamiento lineal, los presocráticos constituyen la época infantil de nuestra sapiencia, porque balbucean nuestra verdad, aunque en aquel momento los pobres no lo supieran. Y es que la verdad acaba irremisiblemente por ser descubierta y correctamente enunciada en los manuales, es cuestión de tiempo. “El más sabio es el tiempo porque lo descubre todo”, es una máxima atribuida a
Tales, al que también se achaca capitanear la procesión fantasmal de los presocráticos. Pero eso del tiempo sabio no es más que un tópico, igual o mayor fundamento tendría decir que el tiempo es el mayor enemigo del saber, porque lo oculta todo, cosa mucho más cierta a la larga, un buen ejemplo es el propio
Tales. Los retóricos antiguos hacían catálogos de tópicos con instrucciones para su tratamiento. No como Flaubert, que era un moderno ingenuo, y hacía recopilaciones de lugares comunes para denunciarlos y echarlos de la literatura, ¡pero hombre, si la literatura y la vida es puro lugar común! Ignorar esa práctica de los retóricos antiguos ha producido equivocaciones en los piadosos hegelianos creyentes en el pensamiento lineal con su avance imparable y sus hitos kilométricos. Por ejemplo cuando
Longino se pregunta por la decadencia moderna y la cruel falta de genios que muestra el paisaje, los especialistas en datación dicen, toma Tomás, aquí tenemos un indicio gordo, esa pregunta es típica de la edad de plata. No queridos, eso es un lugar común, ahora mismo nos preguntamos lo mismo aunque no lo hayáis notado.
Longino da su importancia a los lugares comunes y su tratamiento, y ahí no hace más que tomar uno y enseñar cómo se lidia. Esto del tiempo y si será sabio o más bien lo otro, recuerda al chiste de aquella escultora que grabó en un mármol “Veritas temporas filia” con la pretension piadosa de proclamar ‘la verdad es hija del tiempo’ y pensando que tiempo en latín sería femenino, como en alemán, y cuando le avisaron que el genitivo de ‘tempus’ tenía que ser ‘temporis’, replicó que ella no se dejaba condicionar por la gramática machista.
Eduardo Gil Bera,
El pensamiento lineal, El Boomaran(g), 19/09/2014