Dicen los expertos que el retroceso de la participación electoral no viene acompañado por una falta de desinterés hacia el espacio público. La ciudadanía huye de las formas clásicas de organización, lo que es compatible con crecientes modalidades de compromiso individual, un activismo que no está ideológicamente articulado en un marco ideológico que le proporcione coherencia y totalidad, como podía ser el caso de las tradicionales ideologías omnicomprensivas. El nuevo activismo es individualista, puntual, orientado hacia cuestiones que se refieren a los estilos de vida y crecientemente apolítico.
Están cambiando las formas del activismo político. Las posibilidades de ejercer eso que
Pierre Rosanvallonha denominado “contrademocracia” han aumentado gracias a la autoconciencia ciudadana y los avances tecnológicos. Es significativo que la mayor parte de las nuevas cuestiones políticas suscitadas en los últimos treinta años hayan sido promovidas por manifestaciones y por la acción directa, más que por las actividades políticas convencionales a través de los partidos y los parlamentos. Durante la primera mitad del siglo pasado las actividades de la sociedad civil tenían lugar en el ámbito en torno a las instituciones políticas, mientras que actualmente se distancia de los lugares de poder.
Los que tienen en común tanto las movilizaciones en la red como las protestas más clásicas de movilización en espacios físicos es su carácter puntual y negativo. Se trata, por tanto, de actos apolíticos, en cuanto que no están inscritos en construcciones ideológicas completas ni en ninguna estructura duradera de intervención. Lo político comparece hoy generalmente bajo la forma de una movilización que apenas produce experiencias constructivas, se limita a ritualizar ciertas contradicciones contra los que gobiernan, quienes a su vez reaccionan simulando diálogo y no haciendo nada.
El espacio digital ha abierto nuevas posibilidades de activismo político. Plataformas de movilización en torno a causas concretas –como Change o Avaaz- permiten ejercer un
cliktivismconcreto a favor de buenas causas que contrasta con las adscripciones ideológicas abstractas, objeto de una general incredulidad. Para amplios sectores de la población la realidad representada por los partidos jerárquicos ya no resulta atractiva, mientras que la cultura virtual de la red les permite articular cómodamente sus disposiciones políticas fluidas e intermitentes, e incluso situarse
off line en cualquier momento.
No faltan tampoco ejemplos de activismo y “soberanía negativa” en el espacio físico, ahora también vinculados a la movilización digital: manifestaciones y
performances que obtuvieron una cierta celebridad, como los foros alternativos con motivo de las cumbres mundiales,
Occupy Wall Street, todo el movimiento en torno al 15M, las plataformas contra los deshaucios, la paralización de la privatización de la sanidad en Madrid, la intervención de las acusaciones particulares en los procesos judiciales, la resistencia exitosa contra ciertas obras Públicas e infraestructuras: desde Burgos hasta Stuttgart pasando por Nantes …
No pongo en duda la bondad de estas actuaciones de resistencia cívica o campañas
on line; me limito a señalar que al no inscribirse en ningún marco político que les de coherencia, pueden dar la entender que la buena política es una mera adición de conquistas sociales. Falla la construcción política e institucional de la democracia más allá de la emoción del momento, de la presión inmediata y la atención mediática.
Daniel Innerarity,
Democracia sin política, Claves de razón práctica, nº 236, septiembre/octubre 2014