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Javier Gomá: La imitación (de un modelo ejemplar) fue quizá el concepto con más fuerza explicativa de toda la premodernidad, ese larguísimo periodo que va desde el origen de la cultura occidental hasta el siglo XVIII. De pronto, en apenas unos decenios de ese siglo, desapareció todo rastro del prestigioso concepto. La imitación de un modelo normativo (Naturaleza, Ideas, Antiguos) fue sustituida, como fundamento de la realidad, por la creatividad, originalidad y autonomía del sujeto moderno, que no imita a nadie. Así lo dice Kant explícitamente en su famoso texto ¿Qué es la Ilustración? Kant pone las bases de la subjetividad moderna en su segunda Crítica, donde expone su ideal del sujeto autónomo, autolegislador, y en la tercera Crítica, donde presenta la que será considerada forma suprema de la subjetividad, el artista genial, capaz de producir reglas en lugar de imitarlas. Cierto que en el siglo XX asistimos a un renacer extraordinario del interés teórico, en multitud de disciplinas, por la teoría de la imitación. Con una novedad: ahora se trata de la imitación moral de personas, vivas, libres y racionales, no de modelos acabados, cerrados y fijos. Pero con todo, el tratamiento contemporáneo de la imitación padece un esencial prejuicio. El presupuesto de todos esos nuevos estudios sobre la imitación es el de que un sujeto adulto, emancipado y racional no imita, de modo que la imitación es achaque de animales, niños, culturas prehistóricas o masas; en suma, de entidades preindividuales o solo parcialmente individuales. Antes había sentado el principio de facticidad, que dice que, de hecho, nos guste o no, todos nos imitamos a todos y que no existen zonas exentas de la imitación. No existe ese Robinson en su isla moral que sueña Kant. De manera que la cuestión no estriba en saber si imitamos o no, pues todos nos imitamos unos a otros inexorablemente, sino en bajo qué condiciones la imitación de otro es un hecho racional, ese juzgar autónomamente la heteronomía de los modelos de ejemplarida.
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