Ignacio Morgado |
¿Es innata la inteligencia? ¿Estamos predeterminados a la violencia? ¿Nos controla el inconsciente? Estas son algunas de las preguntas que intenta responder el prestigioso catedrático de Psicobiología de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), Ignacio Morgado, en su último libro La Fábrica de las Ilusiones. Después de publicar varias obras de éxito como Aprender, Recordar y Olvidar o Cómo Percibimos el Mundo, este referente en el estudio del cerebro intenta ir ahora un paso más allá en el conocimiento de este fabuloso órgano con el fin de conocerlo mejor y poder así sacarle más provecho. Con mirada inteligente, y con la confianza que le otorga su inabarcable conocimiento, nos atiende para charlar con nosotros.
¿Vivimos en una ilusión constante?
En buena medida sí, pero son ilusiones prácticas. Y lo son porque nos sirven para relacionarnos positivamente con el mundo que nos rodea para conseguir nuestros propósitos.
Ponga un ejemplo.
Si yo alargo mi mano para coger un vaso de agua porque tengo sed, siento el tacto del vaso en la mano. Sin embargo, es el cerebro el que crea ese sentimiento, no la mano. No sabemos cómo se las arregla el cerebro para referir lo que él está sintiendo a nuestra mano, pero sí sabemos que es una ilusión práctica. Si yo no sintiera el tacto en la mano, no tendría tendencia a alargar la mano para beber cuando tengo sed. Por eso digo que esas ilusiones nos sirven para funcionar.
Las emociones, ¿también son una ilusión?
En cierto modo sí, porque yo llamo ilusión a todo aquello que existe en nuestra mente y que no tiene una correspondencia exacta fuera de nosotros. El miedo, por ejemplo, está solo en nuestra mente. No hay ahí afuera miedo empaquetado en cajas que tú vas cogiendo. Lo que hay afuera son estímulos que hacen que el cerebro produzca miedo. Es en este sentido que hablo de ilusiones.
¿Qué puede más, la razón o la emoción?
En teoría, tiene que poder siempre más la razón, porque es más poderosa ya que responde a una función cerebral bastante más evolucionada que la emoción. Pero en la práctica suele poder más la emoción. ¿Por qué? Porque la razón tiene un talón de Aquiles: es lenta, necesita tiempo para funcionar y para imponerse a las emociones. Y no se lo damos casi nunca. La emoción, por su parte, es automática, inconsciente y rápida. De ahí el viejo refrán que reza: cuenta hasta diez antes de actuar.
Asegura usted que no podemos dejar de pensar, que no podemos parar el cerebro.
El cerebro y la consciencia se nos imponen, no podemos pararlos. Yo puedo en cierta medida perder la visión o la audición cerrando los ojos o tapándome los oídos, pero no puedo decir: “voy a dejar de ser consciente un ratito”. La consciencia se nos impone. Lo único que puedo hacer para dejar de estar consciente es intentar echar una siesta y, si consigo dormirme, perderé la consciencia ese rato, pero voluntariamente no puedo.
¿Qué relación hay entre emoción e inteligencia?
La inteligencia, para empezar, no es una variable absoluta. Depende del criterio del observador. Si entendemos por inteligencia el ser capaz de movilizar bien tus emociones, utilizando la razón, para que éstas sean lo más positivas posibles, pues ya estás haciendo uso de un tipo de inteligencia que llamamos inteligencia emocional, que está íntimamente relacionada con las emociones.
¿La inteligencia reside en la corteza prefrontal?
Fundamentalmente, podemos decir que la inteligencia es un fenómeno que radica sobre todo en la corteza cerebral en general. Eso sí, más en la prefrontal, que es como el director de orquestra, que en el resto. Pero, como decíamos, la inteligencia no es una variable absoluta, depende de a lo que llamemos inteligencia. Si llamamos inteligencia a la capacidad de modificar el comportamiento para conseguir algún beneficio, que es una definición muy genérica, pues un lagarto tiene inteligencia.
Nunca lo había pensado.
Porque cuando ya no le da el sol se mueve a otro lugar donde sí le de para seguir calentándose. Eso es modificar un comportamiento para conseguir un beneficio. En ese sentido, el lagarto tiene un nivel de inteligencia que no depende de la corteza cerebral, porque apenas tiene. Por lo tanto, también hay una cierta capacidad de inteligencia que radica más allá de la corteza cerebral.
Le sigo…
Sin embargo, si cogemos una definición más avanzada de inteligencia, por ejemplo la capacidad de procesar eficazmente información mental o cognitiva, eso sí que ya tiene una radicación más fuerte en la corteza cerebral. Pero la corteza cerebral nunca trabaja aislada. Trabaja en relación con las demás estructurales cerebrales, entre ellas las emociones y los instintos, de tal forma que cualquier tipo de proceso inteligente siempre tiene algún tipo de modulación procedente de la parte emocional o instintiva del cerebro, y al revés.
Pero lo que entiende la gente de a pie como una persona inteligente, esa es muy posible que tenga una corteza prefrontal considerable…
Pues sí, si ha heredado una gran capacidad de inteligencia puede tener una corteza prefrontal con más sinapsis, con una estructura superior a la de otras personas menos inteligentes. Pero hay que tener en cuenta que buena parte de la inteligencia procede también de la experiencia, de la educación. Es decir, no toda la inteligencia que tenemos es heredada.
No toda, pero hasta un 40% sí. Estamos un poco sentenciados...
Bastante. Un 40% es un porcentaje alto, y puede llegar a ser crítico.
¿Crítico?
Quiero decir que ese 40% podría estar concentrado en la corteza prefrontal, lo que significa que no sólo hablamos de cantidad, sino también de calidad. Es ahí donde radica la memoria de trabajo.
Que está muy asociada a la inteligencia…
Así es. Las personas más inteligentes tienen mejor memoria de trabajo. Esta memoria es la que nos permite retener en la mente, durante un tiempo limitado, una gran cantidad de información, como muchos dígitos o nombres. Y gracias a esta memoria podemos procesar todos esos datos para tomar decisiones, planificar el futuro, etc. La memoria de trabajo se puede incrementar practicando ejercicios de ‘working memory’, como hacer crucigramas o resolver dilemas morales.
Pero tener una gran memoria de trabajo no te garantiza el éxito.
Está bastante demostrado que la llamada inteligencia emocional, esa capacidad de administrar los sentimientos, puede llegar a ser incluso más importante. Si el mundo fuera una balsa de aceite, no haría falta la inteligencia emocional. Pero el mundo no es así. El que cae y se desmoraliza, ya no llega lejos. Pero la gente que tiene mucha inteligencia emocional sabe darle la vuelta a esa situación. Hay gente que tiene mucha capacidad para resolver cuestiones complejas, pero cuando tienen un problema se hunden. Y eso puede hacer que a pesar de que tengan mucha inteligencia analítica, pues no acaben triunfando en el trabajo o en otras actividades.
Vaya, que los genes mandan lo suyo, pero el comportamiento de cada persona condiciona en gran medida su destino.
La educación es muy poderosa para cambiar el comportamiento y la mente humana. ¿Por qué? Porque la educación cambia el cerebro. Si no fuera así, la educación no serviría para nada. Es un poderoso instrumento para cambiar la mente.
En este sentido, y como dice usted en el libro, nadie nace siendo Jack el Destripador o la madre Teresa de Calcuta.
Efectivamente, nadie nace siendo Jack el Destripador o la madre Teresa de Calcuta. Las personas normales también tenemos agresividad en el cerebro, y esa agresividad puede ser educada hacia el mal. Hablamos, por ejemplo, de los efectos de determinados videojuegos, programas de televisión, películas, etc., cuando se introducen en el cerebro frágil de un adolescente. Les puede conducir a estereotipos de comportamiento en el que se vanagloria la violencia o la agresividad. Que un chico acabe siendo violento, no quiere decir que ya haya nacido así.
Entiendo.
En ambos casos, en el de Jack el Destripador o la madre Teresa de Calcuta, hace falta tener mucha reactividad emocional. Que te emocionen las cosas que pasan en el mundo, que te emocione matar o que te emocione el ayudar a los demás. Si no te emociona ninguna de las dos cosas, seguramente no acabarás siendo nunca ni un Jack el Destripador ni una madre Teresa de Calcuta. Yo digo que el calibre del cañón es heredado, pero ese cañón, hacia dónde apunta y cuándo dispara, eso lo determina la educación y la cultura.
¿Y qué peso tiene la genética en las psicopatías?
La transmisión de los genes no es tan automática como mucha gente piensa. Hay hijos que son muy diferentes de sus padres, aunque otros no. Es verdad que hay niños obesos de padres obesos, por ejemplo, lo que determina que hay una cierta probabilidad de transmisión. En el caso de la psicopatía, no tenemos claro el origen, no sabemos si es algo netamente transmitido de arriba abajo, o si hay algún factor también que pudiera haber contribuido durante el embarazo o los primeros años de vida. Los factores epigenéticos pueden ser muy importantes.
Factores epigenéticos dice...
Son todos aquellos que pueden hacer que genes que llevamos incorporados se acaben expresando o no a lo largo de nuestra vida. Probablemente todos nosotros llevamos muchos genes que van a estar ahí silenciosos durante toda nuestra existencia, y algunos de ellos podrían llevarnos a enfermedades que no acabaremos desarrollando. Pero otros nos podrían llevar a desarrollar más nuestra inteligencia por ejemplo. El que se expresen o no esos genes va a depender de muchos factores que todavía no conocemos bien y que la epigenética trata de estudiar, factores muchos de ellos de origen ambiental: poluciones, exposiciones a ciertos agentes químicos...
Usted se pregunta en el libro si somos libres para tomar decisiones, pero no se si tiene una respuesta…
No la tengo porque creo que es un problema irresoluble. Los científicos moleculares dicen que en el nivel subatómico lo que hay es azar, incertidumbre, indeterminación, y que quizás eso es una fuente del libre albedrío. Pero la indeterminación tampoco es libre albedrío, es diferente. A nivel de la física de Newton, que es el nivel del comportamiento fisiológico de las neuronas, ahí sí que hay determinación. Si tuviéramos todos los datos de las neuronas y sus neurotransmisores previamente a un comportamiento, podríamos llegar a predecir cuál iba a ser ese comportamiento.
¿Hasta qué punto nos controla el inconsciente?
En gran medida, porque la mayor parte de actividad que realiza nuestro cerebro lo hace de manera automática e inconsciente. El control del movimiento, de las respuestas internas emocionales, del metabolismo energético… todo eso lo hace el cerebro de manera inconsciente, y es bueno que así sea porque lo hace muy bien.
¿Y a nivel mental?
Pues también lo hace más de lo que la gente se cree, pero eso no significa que dentro de nosotros haya algo que nos domina. El sueño, por ejemplo, además de fomentar y potenciar la memoria, reorganiza la información que almacenamos. Hace algo parecido a lo que hacía la máquina de Alan Turing para descubrir el código secreto de los alemanes en la Segunda Guerra Mundial.
Interesante.
Está demostrado que el sueño también sirve para descubrir regularidades y reglas ocultas en la información que tenemos que nosotros no hemos visto conscientemente. Yo creo que eso responde a nuestra capacidad de intuición. Esa idea intuitiva que se nos ocurre en un momento determinado no suele aparecer tan espontáneamente como la gente cree. Suele ocurrir después de llevar cinco días dándole vueltas a la cuestión. Conscientemente no has conseguido dar con la tecla, pero de noche el sueño redondea el proceso y, de repente, te sale.
Incluso el sueño tiene la capacidad de priorizar aquello a lo que hemos dado importancia durante la vigilia.
Es muy interesante. Parece ser que el sueño se fija más en aquello a lo que tú, durante el día, has prestado más atención. No sabemos cómo, pero lo hace. En clase, basta con que el profesor diga “esto va para examen” para que el sueño de esa noche lo fije más que otra cosa. Son etiquetas, señalizaciones, que se producen durante el día sin que, muchas veces, ni nos demos cuenta. Y el sueño de la noche va a reparar sobre todo en eso.
Josep Fita, entrevista con Ignacio Morgado: "Nadie nace siendo Jack el Destripador o la Madre Teresa de Calcuta", La Vanguardia, 16/04/2015