Si supiéramos cómo actuar apropiadamente en cada circunstancia, seríamos dioses. Los dioses se caracterizan porque incluso equivocándose nadie lo nota. Más aun: toda obra que realizan se convierte en objeto ejemplar. Pero ¿cómo ser ejemplar no perteneciendo a ese coro? Imposible dictar norma alguna para lograr que acertando dejemos de mortificarnos y que errando no terminemos nunca de menospreciarnos.
Siendo humano, es corriente fijarse en lo bien que alguien ha obrado para alcanzar directamente el éxito o una apacible felicidad. Sin embargo, ¿qué opinará este tipo de sí mismo? Con toda seguridad, el ejemplo de alguien superior le hará consciente de sus seguras deficiencias y así, en la insatisfacción hallará la más continuada emoción.
Vivimos insatisfechos porque existen siempre los demás. Vivimos solos porque nos queremos menos al compararnos con los mejores. Nos torturamos porque suponemos que existe una excelencia objetiva que no alcanzaremos jamás. Vivir, por tanto, es sentirse permanentemente enfermo. Enfermo del alma, de la cabeza, del cerebro, la espina dorsal o el corazón, todos los órganos cruzados por una tenaz superbacteria que obstruye el humor.Vicente Verdú, La bacteria, El Boomeran(g), 25/05/2015