Uno de los principios básicos de la propaganda según Goebbels es el principio de desfiguración, que consiste en “convertir cualquier anécdota del adversario, por pequeña que sea, en amenaza grave”.
Este principio va estrechamente unido al principio de omisión, que consiste en “acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y silenciar las noticias que favorecen al adversario, con la ayuda de medios afines.”
En España algunos partidos se han dedicado sistemáticamente a convertir pequeñas anécdotas de sus adversarios en amenazas de carácter casi apocalíptico, negándose a afrontar sus propios errores, a menudo descomunales. Y lo han hecho una y otra vez, con una insistencia tan estúpida que termina produciendo efectos indeseados. Cuando repites demasiado la misma sandez, acaba saliéndote el tiro por la culata. De ese principio tan básico se olvido Goebbels, como de otros muchos principios.
Los que se dedican a convertir anécdotas insignificantes del enemigo en amenazas demenciales o bien pierden las batallas o bien obtienen victorias pírricas.
Los famosos principios de Goebbels sólo funcionan de verdad en situaciones de opresión, donde para el opresor vale todo y puede desplegar a sus anchas todas las gamas de la mentira. Goebbels habla de la simplificación, de la desfiguración, de la vulgarización, de la desviación, del atavismo, de la unanimidad, pero se olvida de la idoneidad y de la oportunidad. A veces puede ser oportuna la repetición, pero a veces no, a veces puede ser oportuna la vulgarización, pero a veces no. Todo es tributario de la situación, en ese sentido todo político tendría que ser rigurosamentesituacional y oportuno, que no es lo mismo que oportunista.
En lo que respecta a Goebbels, al no ordenar su teoría en torno a las leyes de la oportunidad y la idoneidad, todos sus principios no sirven para nada. Lo estamos viendo con una insistencia cruel.
Los nazis no triunfaron por sus alardes de propaganda rimbombante y kitsch. Los nazis triunfaron porque instauraron, ya desde antes de llegar al poder, el imperio del terror paramilitar y acallaron con sangre y tinieblas todas las bocas que se oponían a su sistema. Así triunfa hasta el más descerebrado.
No es inteligente basarse en ideas recibidas que no llevan a ninguna parte y apestan a miseria. En el teatro político se exige algo más que andar representando el monotema de la propia mezquindad, y es importante no olvidar que la generosidad es uno de los atributos de la inteligencia.
Los que lo basan todo en la omisión y la desfiguración, sólo consiguen desfigurarse a sí mismos, y de paso perder votos. La estrategia del embudo ni siquiera es recomendable cuando crees que todos los que te escuchan son unos obtusos.
Jesús Ferrero, El arte de ganar y la ley de la idoneidad, El Boomeran(g) 20/06/2016