También el miedo a la palabra relativismo aparece, pues, como el miedo a nuestra fragilidad, a nuestra libertad, a las experiencias, a la responsabilidad de inventar cartografías imaginarias, rutas salvajes, inexploradas, para mejorar nuestras habilidades narrativas de reconocimiento mutuo. Es una palabra tabú, para la que algunos buscan el eufemismo relacionismo. Y lo es porque está secuestrada por los relatos epistemológicos que vienen a decir que si no hay una verdad absoluta, entonces todo está permitido (cuando más bien podría decirse a la inversa: cuando creemos en alguna verdad absoluta, todo está permitido en su nombre y en su defensa). En la metáfora relativista, lo permitido, lo deseable y lo que hacemos venir son creaciones entre personas. De lo que se trata es de elegir las maneras de vivir que inventamos comunicándonos. Al fin y al cabo, lo del relativismo es un asunto de preferencias humanas.
El diccionario de la RAE dice que relativo es lo relacionado con algo, mientras que absoluto es lo no relacionable (lo incondicionado, lo inefable). Si la verdad –cualquier creencia humana– es una relación –como atribuye Sexto Empírico a Protágoras–, entonces los animales humanos parecemos cuerpos de relaciones simbólicas en el entorno. Y un elogio del relativismo no es sino un reconocimiento compartido de nuestra humana medida del entorno. Pero, entonces, ¿quién pone la medida a nuestras maneras de vivir?
¿Qué pasaría en nuestras aulas –y en nuestros entornos de convivencia en general– si la medida del saber hacer nuestros proyectos de vida en común no estuviera en los maestros –o sabios anteriores– ni en los alumnos –o aprendices posteriores–, sino en la relación que imaginamos en los estilos de comunicación que hacemos venir conversando entre iguales? En el estilo epistemo-lógico de comunicación, los anteriores enseñan su sabiduría a los aprendices, algo que deben aprender. En el estilo nihilista de comunicación, los posteriores niegan la transmisión de los sabios maestros, algo que quieren destruir, que no quieren repetir ni mantener. Mientras, en el estilo CIN de comunicación hablamos de personas que conversan, investigan o recrean el sentido del mundo en las relaciones que quieren cuidar para el sostenimiento y apoyo mutuo como personas entre personas.
¿Qué ocurre a nuestro alrededor cuando transformamos las rela-ciones humanas en comunidades de personas investigadoras de sus relatos del mundo? En el estilo metanarrativo CIN, se trata de acoger, sorprender, experimentar y crear. Se trata de cultivar y cuidar nuestra vida emocional y nuestra voluntad, de confiar en nuestras frágiles relaciones incompetentes para desear hacer de ellas preguntas escalera en las que ir caminando –con el pensamiento cuidadoso, crítico y creativo– por rutas insospechadas, sorprendentes, danza-rinas y juguetonas. No hay otros libros de texto –ni otros relatos de vida– que los comunicados en los propios procesos de investigación-acción de nuestras relaciones abiertas en una comunidad de iguales.
En este sentido, la filosofía es un uso público posible de la con-versación sobre nuestras maneras de vivir que se abre en el tiempo político de la convivencia. Lejos de hacer filosofía porque no podemos hacer política (Platón), hacemos política como entrenamiento filosófico de una vida en común conversada (Protágoras). En su estilo CIN, investigamos las relaciones de poder entre personas en los usos públicos de juegos de lenguaje. La filosofía deja de significar el juego de la episteme o verdad, y se usa como prágmata o sentido, como relación o medida de los asuntos de la convivencia cuando cuestionamos las ideas o creencias preconcebidas.
En estos momentos, en nuestra situación de ciudadanos globalizados, estandarizados y pautados, la filosofía, como el arte de eman-cipación de los usos vigentes de las palabras secuestradas por el estilo de vida de los mercados (que algunos no queremos continuar haciendo venir ya más), es la técnica para hacer posible lo que parece imposible: crear otras maneras de vivir, otros nuevos sueños por soñar el reconocimiento mutuo como personas entre personas para la igualdad de oportunidades vitales. Por ejemplo, como las de los que preferimos que los otros tengan razón para hacer también posible así –como by product– hacer venir –emancipándola– la propia razón, las propias palabras, nuestros propios relatos o juegos de lenguaje.
Rodolfo Rezola, Elogio de la filosofía. O el arte de emancipar las palabras, Claves de razón práctica nº 247