La proximidad de la condición de la mujer al varón no acaba, por tanto, de incluirle en la relación propia de iguales. Por ello no nos sorprende que en un momento dado Aristóteles califique el gobierno del marido sobre la esposa no de político como se hacía en Política I, sino de aristocrático: «El gobierno del marido sobre la mujer es manifiestamente aristocrático (aristocratiké), puesto que el marido manda conforme a su dignidad (kat’axían) y en aquello que debe mandar; todo lo que cuadra a la mujer se lo cede a ella» (EN, 1161a, 32-34). Y en referencia a la amistad, que le sirve igualmente a Aristóteles para diferenciar regímenes, nos dice que la existente entre el marido y la mujer «es la misma que la de la aristocracia» (EN, 1161.ª, 22-23). (...)
La diferencia entre hombre y mujer convierte en no totalmente apropiado el gobierno político entre ellos; la diferencia de la mujer con respecto a niños y esclavos, excluye el gobierno despótico y el regio. De ahí esta decantación por el gobierno aristocrático, más conforme a un gobierno entre impares, en el que no hay turno en la función de mando y obediencia. Sólo en el gobierno político se da además de la condición de libertad, la de igualdad y alternancia de las funciones de gobernante y gobernado.
Jorge Álvarez Yagüez, La categoría de política. Aclaraciones desde la perspectiva de un clásico republicano, Isegoría nº 39, julio-diciembre 2008, pàgs. 311-333
(1) Sorprende cómo la opinión o el prejuicio extendido puede también con el gran genio, cómo un atento observador, de método de naturalista, sostuviese sobre la mujer ideas como la de que tenía menos dientes que el varón, o que si se miraban a un espejo durante la menstruación éste se teñía de rojo. Por otra parte, es conocida la teoría de De generatione animalium de que la mujer sólo es causa material de la generación, siendo el varón la causa formal, eficiente y final. Según esto, la mujer sería tan sólo un instrumento del hombre para la generación.