En el famoso capítulo 11 del libro III de
Política, que tantos comentarios ha suscitado, y cuyos argumentos se repetirían en toda la tradición republicana,
Aristóteles nos habla de la superioridad del juicio de la multitud sobre el de una élite, aun cuando individualmente cada uno de los miembros que conforman aquélla no fueran ni mucho menos mejores que los componentes de la minoría cualificada. Argumento de extraordinaria importancia, en particular si tenemos presente que
lo político para nuestro autor va indisolublemente ligado a la capacidad de
deliberación, de
juicio. «En efecto, los más, cada uno de los cuales es un hombre incualificado, pueden ser, sin embargo, reunidos, mejores que aquéllos, no individualmente, sino en conjunto, lo mismo que en los banquetes para los que contribuyen muchos son superiores a los costeados por uno solo. Como son muchos, cada uno tiene una parte de virtud y de prudencia, y, reunidos, viene a ser la multitud como un solo hombre con muchos pies, muchas manos y muchos sentidos, y lo mismo ocurre con los caracteres y la inteligencia» (1281b, 1-9). Estas virtudes de la multitud las mantiene igualmente en contra de la preferencia platónica por la dirección tecnocrática de los que saben, «pues cada individuo será peor juez que los expertos, pero todos juntos serán mejores o al menos no peores» (1282a, 16-17); además, añade, «de algunas cosas no es el que las hace el único juez ni el mejor». Y frente al rechazo aristocrático ante el dominio de los asuntos más importantes por parte de gentes de clase inferior, insiste en la idea de una totalidad superior a las partes, de que no se trata del imperio de este o aquel individuo, «sino el tribunal, la asamblea y el pueblo», «de modo que es justo que la masa ejerza la soberanía sobre asuntos más importantes, ya que el pueblo, la asamblea y el tribunal están compuestos de muchos, y la propiedad de todos ellos juntos es mayor que la de los que desempeñan las magistraturas principales individualmente o en pequeño número» (1282a 34-36; 38-41). Y en un capítulo posterior, al tratar de las deficiencias de la monarquía, que contrapone a la situación de la democracia ateniense, en la cual «en la actualidad todos reunidos juzgan, deliberan y deciden» (1286a, 26), vuelve sobre la idea de que «juzga mejor una multitud que un individuo cualquiera» (1286a, 30-31), y añade nuevas virtudes, pues nos dice que «una gran cantidad es más difícil de corromper (...) y así la muchedumbre es más incorruptible que unos pocos» (1286a, 31-33), y más capaz de no dejarse arrastrar por las pasiones, pues «tendrían que irritarse y errar todos a la vez». No hay pues un único concepto posible de multitud, ni el término (
to plétos) ha de asociarse siempre con algo negativo, con lo voluble y carente de virtud, como el mismo
Aristóteles, haciéndose eco de una larga tradición, más de una vez expresó.
Jorge Álvarez Yagüez,
Aristóteles: perì demokratías. La cuestión de la democracia, Isegoria nº 41, julio-diciembre 2009, págs. 69-101