Cuando el decisor se debate entre dos opciones igualmente buenas, parece el momento oportuno de echar a suertes para deshacer el punto muerto. La famosa paradoja del asno de Buridán (un pobre pollino que se muere de hambre por no poder resolverse entre dos montones de heno del mismo tamaño y situados a igual distancia de su hocico) sólo es tal paradoja para el racionalista compulsivo que vive instalado en la fijación de que la racionalidad es siempre el mejor criterio de decisión, o incluso el único. (pàg. 181)
Juan Antonio Rivera, El gobierno de la fortuna, Crítica, Barna 2000