El Roto |
Toda acción humana, toda ideología, toda justificación representa un punto de vista, unos intereses, una posición de poder. En ciertos casos es una posición compartida por muchos o por todos, y nos parece más objetiva e imparcial (sin serlo necesariamente). Esa objetividad e imparcialidad se cuestiona, no obstante, cuando se percibe que la justificación o teoría representa de un modo obvio los intereses de un grupo particular.
Todos estamos de acuerdo en que la gripe es una enfermedad y que el virus que la causa es un agente patológico, y lo mismo el virus del SIDA y otros. Sin embargo, eso que nos parece tan obvio realmente representa unos intereses de grupo, en este caso asumiremos que de todos los seres humanos. No por el hecho de representar los intereses de tan amplio grupo deja de ser una particular perspectiva de grupo, una posición de poder. Si el virus de la gripe pudiera expresar su punto de vista, nos apuntaría a nosotros como el agente patológico que intenta destruirle.
Al ofrecer un marco teórico-crítico centrado no en el objeto del discurso sino en el discurso mismo como mero sistema de relevancias, la perspectiva postmoderna permite romper el sometimiento a la lógica establecida (de la que se derivan un determinado concepto de justicia, imparcialidad y objetividad) para preguntarse qué intereses subyacen en esa lógica y, por tanto, qué intereses intenta justificar y proteger. La crítica postmoderna ha contribuido decisivamente a la emancipación de grupos minoritarios tradicionalmente sometidos al régimen de racionalidad establecido por los grupos dominantes (de género, raza, económicos, etc.). Paradójicamente, ello ha dado lugar a la canonización de una nueva casta de intelectuales, en este caso los postmodernos, precisamente los que denuncian en sus obras la canonización de los expertos de la modernidad.
Juan Herrero Brasas, Conocimiento y poder: de San Agustín a San Foucault (II), Claves de razón práctica nº 248, Septiembre-Octubre 2016