¿Por cuál de estas cosas apostarías una importante suma:
- A) Tengo una mano - B) No existe en Alaska una finca cuadrada y redonda a la vez- C) Soy una mente que está pensando y, por tanto, existe ahora mismo
El famoso filósofo francés del siglo XVII René Descartes pensaba que la primera frase es la menos segura de todas: no puedo, según él, estar tan seguro de que tengo manos, o incluso cuerpo, aunque lo esté mirando ahora mismo, como de que las matemáticas son ciertas o de que soy una mente consciente, al menos mientras pienso.
¿Por qué creía Descartes que es menos seguro creer que tengo manos o cuerpo, que creer que tengo mente o que las matemáticas no fallan? Descartes se planteó seriamente una vieja pregunta filosófica, que aparece ya por lo menos en Platón y en las filosofías de otras culturas, como la hindú, ¿cómo puedo estar seguro de que lo que creo ver no es más que una ilusión, un sueño, o una realidad virtual? Descartes llegó a la conclusión de que no hay nada en nuestras experiencias sensibles (en lo que vemos, oímos, tocamos…) que distinga a una sensación verdadera de una sensación aparente. Todo lo que percibimos podría habitar solo en nuestra cabeza.
¿Qué hay de las matemáticas? ¿También podría ser una ilusión que dos más dos sumen cuatro o que no puede existir un triángulo cuadrado? Aunque ha habido filósofos que han afirmado que sí, Descartes tenía dudas en llegar tan lejos. Ni en sueños podríamos soñar que dos más dos es cinco: en ese caso, solo estaríamos soñando que las palabras significan otras cosas. Desde luego, cree él, deberías apostar antes a que no hay en Alaska una finca que sea cuadrada y redonda a la vez, que a que tienes manos.
Pero todavía tendrías más seguridad de ganar, cree el filósofo francés, si apostases firmemente a que eres una mente consciente. ¿Por qué? Porque es imposible estar pensando en este momento y, sin embargo, intentar suponer que no eres un ser pensante o que no existes. Eso es una completa contradicción. Ni soñando, ni manipulado por los más malvados científicos o extraterrestres o el más maligno de los diablos, podrías creer que piensas y existes si no estás pensando, ni creer que no piensas y no existes, si estás pensando. Si resultase que ahora estás encerrado en un mundo virtual, como los personajes de la famosa película Matrix, o en un videojuego, sería una ilusión que tienes el cuerpo que tienes, pero nunca puede ser una ilusión que eres un ser consciente.
Descartes cree, en fin, que la existencia de mi mente es algo muchos más evidente para mí que la existencia de mi cuerpo, y eso quiere decir que mi mente es independiente de mi cuerpo. Si es que se puede hablar de “mi mente”: ¿acaso mi mente no soy yo mismo, o al menos lo más esencial de mí?
Como os podéis imaginar, Descartes ha estado lejos de convencer a todos. Por diversas razones, muchos filósofos no aceptan todo o parte del razonamiento que acabamos de ver. ¿Realmente podemos dudar de lo que estamos viendo? ¿Realmente las sensaciones que tenemos cuando estamos despiertos se pueden confundir con las figuraciones de un sueño? Los filósofos más empiristas piensan que es absurdo e injustificado poner en duda la veracidad de la sensibilidad. Es más, replican, si no partimos de la sensibilidad, ni siquiera somos capaces de pensar en nada, por abstracto que sea: ¿podría un ser humano, que tuviera la desgracia de nacer sin ninguna sensibilidad (ciego, sordo, privado del tacto, del olfato, del gusto), llegar a pensar siquiera en que dos y dos suman cuatro, o en que él es una mente consciente? Descartes y los filósofos más racionalistas piensan que sí, que el pensamiento racional no necesita para nada de la sensibilidad. Pero no es evidente, ni mucho menos, que estén en lo cierto.
¿Qué crees tú? ¿A qué (A, B, C) apostarías una importante suma… de neuronas?
Diálogos en la caverna, Descartes y la ilusión de lo que vemos
Guión: Juan Antonio Negrete. Voces: Chus García, Jonathan González, Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blazquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original para Radio 5: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.
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