No cabe duda alguna de que una tribu que comprenda muchos miembros llenos de un gran espíritu de patriotismo, de fidelidad, de obediencia, de valor y de simpatía, prestos a auxiliarse mutuamente y a sacrificarse al bien común, triunfará sobre la gran mayoría de las demás, realizándose una selección natural. En todos los tiempos y en el mundo entero unas tribus han suplantado a otras; y siendo la moralidad uno de los elementos para alcanzar la victoria, el número de los hombres en quienes se eleva el nivel moral tiende siempre a aumentar.
Es difícil determinar, sin embargo, por qué una tribu dada habrá logrado elevarse, con preferencia a otra, en la escala de la civilización. Muchos salvajes se encuentran en las mismas condiciones en que se hallaban cuando fueron descubiertos hace algunos siglos. Conforme ha hecho observar M. Bagehot, nos inclinamos a considerar el progreso como una regla normal de la sociedad humana; pero la historia refuta esta opinión. De ella no tenían la menor idea los antiguos, como no la tienen las naciones actuales del Oriente. Según otra autoridad, M. Maine, «la mayor parte de la humanidad no ha demostrado nunca ningún deseo de ver mejorar sus instituciones civiles». El progreso parece depender de un gran número de condiciones favorables, demasiado complicadas para ser seguidas. Se ha notado, con todo, que un clima frío ha favorecido y casi ha sido, indispensable al logro de este resultado, impulsando a la industria y a las diversas artes. Los esquimales, bajo la presión de la dura necesidad, han llegado a hacer muchas invenciones ingeniosas; pero el rigor excesivo de su clima ha impedido, en cambio, su progreso continuo. Los hábitos nómadas del hombre, tanto en las vastas llanuras como en los espesos bosques de los trópicos, y en el litoral, le han sido en todos los casos altamente perjudiciales. Cuando tuve ocasión de observar los habitantes bárbaros de la Tierra del Fuego, quedé sorprendido al ver en cuánta manera la posesión de una propiedad, de un hogar fijo y la unión de muchas familias bajo un jefe, son las condiciones necesarias e indispensables de la civilización. Estos hábitos más tranquilos reclaman el cultivo del suelo, y los primeros pasos dados en el camino de la agricultura deben haber resultado probablemente de una casualidad, como la de ver las simientes de un árbol frutal caer sobre un terreno favorable y producir una variedad más hermosa. Sea como fuere, el problema relativo a los primeros pasos que los salvajes han dado hacia la civilización, es todavía de resolución muy difícil.
Charles Darwin,
El origen del hombre, Capítulo V