Los demócratas (americanos) tienden a tratar los empleos como el subproducto feliz de otros objetivos tales como la revitalización de infraestructuras o los proyectos de energías renovables. O tratan la desindustrialización y la deslocalización de los empleos como hechos inevitables y lamentables y a cambio ofrecen formación, seguros de desempleo, atención sanitaria etc. para mitigar sus efectos. Todas estas políticas son estimables. Pero un empleo no es solo un mecanismo de suministro de rentas que se puede reemplazar con una fuente alternativa. Es un medio fundamental por el que la gente afirma su dignidad, legitima su cuota de participación en la sociedad y comprende sus obligaciones mutuas. Hay evidencia clarísima de que la pérdida de esta identidad social importa tanto como la de la seguridad financiera. El daño que causa el desempleo prolongado a la salud mental y física solo es comparable al causado por la muerte de un cónyuge. Causa estragos en los matrimonios, las familias, las tasas de mortalidad, las tasas de alcoholismo y más. La crisis de 2008 elevó el desempleo a largo plazo a la estratosfera y hoy permanece cerca del máximo histórico. Trump se dirigió al corazón del problema cuando le dijo a Michigan en octubre de 2016: Voy a devolveros los empleos”. Punto.
Los demócratas también deberían considerar prometer la Luna. Pero a diferencia de Trump, deberían respaldarlo con un plan político. Y existe una idea que podría funcionar. Emerge de forma natural desde los valores progresistas. Es grande, osada y cabría en una pegatina del parachoques. Se le suele llamar la “garantía de empleo” o el “empleador de último recurso”. En dos palabras: que el gobierno federal garantice el empleo, con un salario digno e incentivos, a todo americano dispuesto y capacitado para el trabajo.
Jeff Spross (Spring), ¡Contratado!, ctxt 19/04/2017 [ctxt.es]