La filosofía padece la enfermedad crónica de la confusión al enredarse con preguntas que no tienen respuestas e imaginando problemas que sólo existen en su imaginación. Pero ahí está
Wittgenstein como terapeuta dispuesto a curar las enfermedades del pensamiento, empezando por el suyo. Si en su juventud soñó con un lenguaje ideal ahora descubre que el remedio está en el lenguaje de cada día. El análisis lingüístico, santo y seña de su filosofía, tiene que ocuparse del lenguaje ordinario. Y no es que él piense que hablar en castizo nos revele el verdadero sentido del mundo o de las palabras. No. Lo que pasa es que ahí vemos cómo se usan las palabras. El significado está en el uso. El significado de una proposición viene dado por los contextos prácticos y sociales en que se usa. El lenguaje puede así ser comparado a un juego que se juega de acuerdo a determinadas reglas que hay que descubrir en cada caso. La metáfora «juegos del lenguaje» se ha convertido en mascota de su propuesta filosófica.
Que
Wittgenstein es uno de los grandes nombres de la filosofía del siglo XX es indiscutible. Son legión los que le siguen si bien es verdad que andan mal avenidos. Los hay que, anclados en la última frase del
Tractatus que aconseja callar cuando no hay nada que decir, remiten, como dice el editor, «la ética y la metafísica al reino místico de lo inefable»; pero los hay también que se esfuerzan en ver continuidad en el pensamiento wittgensteiniano a pesar de sus cortes. En cualquier caso, muchos, como la chilena Carla Cordua, echa de menos el escaso seguimiento del consejo del autor cuando recomendaba leerle como quien sube por una escalera de mano para tirarla cuando se ha llegado arriba. Manda el escolasticismo.
Reyes Mate,
'Investigaciones filosóficas': Wittgenstein, hablar y guardar silencio, ABC 24/05/2017
[www.abc.es]