Lo que intento decir es que la historia nos ayuda a expandir nuestra mente, a ver que la realidad no es algo que debamos dar por sentado. Gente no tan distinta a nosotros ha experimentado situaciones políticas muy distintas.
Sobre la tiranía no es un libro de historia, es un panfleto político.
El objetivo del libro es rescatar la historia: traerla hacia nosotros para que podamos usarla. Para eso tengo que decir qué es la historia y qué no lo es. Intento mostrar que no todas nuestras formas de hablar del pasado son históricas. Una manera de hablar del pasado es la política de la inevitabilidad: solo hay un camino en la historia, no se puede alterar el futuro, y todo lo que ha ocurrido en el pasado y va a ocurrir en el futuro se puede interpretar siguiendo un relato más amplio. El comunismo sería el ejemplo clásico. Pero desde 1989 mucha gente decía algo así del capitalismo: sostenían que no hay alternativa, que la naturaleza humana lleva al capitalismo que a su vez conduce a la democracia; la historia ha terminado y todo irá bien. Esa es la política de la inevitabilidad. El problema es que no es cierto. La historia está llena de alternativas y posibilidades. El segundo problema es que cuando vemos que esto no es cierto, cuando algo nos conmociona, saltamos a la política de la eternidad: pensamos en el pasado como algo que sucede una y otra vez, en ciclos. Nuestra nación siempre es inocente, los otros son siempre culpables, los problemas siempre llegan de fuera. Todo se repite. Es la forma de hablar del pasado que tienen los fascistas. Evita que la gente exija, que pida reformas o un futuro mejor, porque el presente parece un momento amenazador. En Estados Unidos temo que pasemos de una de esas cosas a la otra, e intento utilizar la historia a fin de abrir un espacio para el pensamiento político, a fin de pensar de manera adecuada sobre lo que hacemos.
Tiendo a estar muy a favor de la historia y a sospechar mucho de la variedad de cosas que llaman memoria. La historia es necesariamente autocrítica porque si la haces con honestidad encuentras argumentos y conclusiones que no esperabas o contradicen los tuyos, llegas a conclusiones incómodas para ti. La memoria tiende ano ser crítica, a apoyar el
statu quo y a cerrar el debate en torno a un tema. Uno de los grandes problemas del ascenso del nacionalpopulismo es el triunfo de la memoria sobre la historia. Muchos de los populistas, sea en Reino Unido, Francia, Holanda o Estados Unidos, utilizan una memoria de una época en que el país estaba solo, orgulloso, donde había menos inmigrantes, confusión y globalización. Un historiador diría: pero ese momento del que hablas nunca existió. Tener una memoria de un momento que nunca existió te puede llevar a políticas muy peligrosas. La elección de Trump o el Brexit son ejemplos. ¿Cuándo fue América grande, exactamente? ¿En qué momento Gran Bretaña estaba sola en el mundo? Nunca. Gran Bretaña era un imperio o parte del proceso de integración europea. La historia vigila la memoria.
Sospecho de las leyes de la memoria, ellas, de las leyes que intentan definir lo que es legal o no decir del pasado. Entiendo el impulso tras esas leyes, especialmente en Alemania. Pero conducen a un lugar insostenible. Un país criminaliza un tipo de discusión y otro otro, y países más autoritarios criminalizarán distintos tipos de debate según esa lógica. En Rusia puedes cometer un delito por decir en internet algo equivocado sobre la Segunda Guerra Mundial. Pero las autoridades dicen: hacemos lo mismo que Occidente. Así que tomo una posición más bien anglosajona. Si quieres ganar el debate tienes que apoyar la historia y enseñarla. La convicción no debe venir de prohibir cosas.
Daniel Gascón, Entrevista a
Timothy Snyder:
"La historia vigila la memoria",
Letras Libres 16/07/2017
[www.letraslibres.com]