Desde hace 20 años, científicos más ambiciosos como Kevin Warwick pretenden, en última instancia, modificar la obsolescencia programada a la que nos aboca nuestra birria de cuerpos. Al vicerrector de Investigación de la Universidad de Coventry (Reino Unido), especializado en cibernética y obsesionado con el tema desde que leyó El hombre terminal de Michael Crichton, se le conoce también como Captain Cyborg o Mr. Chip. En 1998 fue el primer humano en implantarse en el antebrazo un pequeño transmisor de radiofrecuencia, con el que podía controlar las puertas, la temperatura y las luces de los despachos del departamento de la facultad de Reading donde desarrolló sus primeras investigaciones. Según la definición que da por teléfono, biohacking es «enlazar la tecnología y el cuerpo humano. En un término más amplio, supone dotar al ser humano de habilidades extra o incrementar las capacidades de sus sentidos».
En su siguiente experimento, en el que también se utilizó a sí mismo como conejillo de indias, dos neurocirujanos le implantaron cien electrodos en las fibras nerviosas del brazo izquierdo. Después, se conectó a un ordenador a través de una interfaz neuronal, capaz de controlar las señales nerviosas que iban desde su cerebro hasta su extremidad, recibiéndolas y transmitiéndolas como ondas de radio. Eso le permitió mover una silla de ruedas y un brazo artificial al otro lado del Atlántico. Incluso le implantó a su mujer un mecanismo similar para poder comunicarse a través de una especie de código morse telepático.
Ismael Marinero,
Ciborgs, grinders y biohackers: el próximo paso de la evolución, el mundo.es 12/09/2017
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