Aparentemente, aunque yo había declarado expresamente que no pensaba firmar el llamado sobre el
ius soli, mi nombre quedó de algún modo incluido ilegítimamente en él. Las razones de mi rechazo no atañen evidentemente al problema social y económico de la condición de los inmigrantes, del cual comprendo toda su importancia y urgencia, sino a la idea misma de ciudadanía. Estamos tan habituados a dar por descontada la existencia de este dispositivo, que ni siquiera nos interrogamos sobre su origen y sobre su significado. Nos parece obvio que cada ser humano al momento del nacimiento deba ser inscrito en un ordenamiento estatal y de este modo verse sujeto a las leyes y al sistema político de un Estado que no ha elegido y del cual ya no puede desvincularse. No es aquí el momento para trazar una historia de este instituto, que ha alcanzado la forma que nos es familiar solamente con los Estados modernos. Estos Estados se llaman también Estados-Nación porque hacen del nacimiento el principio de la inscripción de los seres humanos en su interior. No importa cuál sea el criterio procedimental de esta inscripción, el nacimiento de progenitores ya ciudadanos (
ius sanguinis) o el lugar del nacimiento (
ius soli). El resultado es en cualquier caso el mismo: un ser humano se ve necesariamente como sujeto de un orden jurídico-político, cualquiera que sea en ese momento: la Alemania nazi o la República italiana, la España falangista o los Estados Unidos de América, y tendrá desde ese momento que respetar las leyes de este orden y recibir los derechos y las obligaciones correspondientes.
Me doy cuenta perfectamente de que la condición de apátridas o de inmigrantes es un problema que no puede ser evitado, pero no estoy seguro de que la ciudadanía sea la mejor solución. En cualquier caso, la ciudadanía no puede ser a mis ojos algo de lo cual enorgullecernos y un bien a compartir. Si fuera posible (pero no lo es), firmaría gustosamente un llamado que invitara a abjurar la ciudadanía propia. Según las palabras del poeta: «la patria existirá cuando todos seamos extranjeros».
Giorgio Agamben,
Por qué no he firmado el llamado sobre el "ius soli", Artillería Inmanente 19/10(2017
Tomado de la
columna de Giorgio Agamben en la página de la editorial Quodlibet, con el título «Perché non ho firmato l’appello sullo ius soli», 18 de octubre de 2017.
Resposta d'
Alicia García Ruiz en el seu mur de facebook 20/10/2017
Ejemplo de teórico al que le compras el diagnóstico, pero no la solución. Su posición teórica: no sigamos eternizando un dispositivo de exclusión. Posición fáctica: no comparto aquello que, como tengo, puedo darme el lujo de despreciar.
Es cierto el diagnóstico de que el dispositivo de la ciudadanía no ha de naturalizarse o darse por sentado, pero ante la exclusión que genera o bien aspiramos a su destrucción (¿para cuando?) o bien a su extensión permanente a los excluidos también permanentes, que va generando. En el momento en que ésta se extendiera a todo el universo de casos posibles, también dejaría de existir. Pero mientras llega su desaparición, los intelectuales del primer mundo podemos viajar cómodamente mostrando nuestro pasaporte, cuando, por ejemplo, vamos a dar una conferencia sobre la necesidad de destruir el concepto de ciudadanía. Tiempos extraños.