Aquellos de nosotros -escritores, intelectuales o artistas- que vivimos en os países de la Europa de hoy estamos convencidos de que uno de nuestros privilegios e contar con la garantía de que las opiniones, y su expresión, son libres. Recordemos que han sido fruto de una conquista y del establecimiento de unas leyes. (...)
Sabemos, en efecto, que cuando esas libertades no están garantizadas, el trabajo del escritor, del intelectual y del artista se ve amenazado desde el principio, y en sus cimientos. El artista -el pensador- pagará con su vida o con su libertad si no se somete a la censura y a las restricciones impuestas en los países autoritarios. Pero sabe también que si, para protegerse, llega a someterse, su obra, y él con ella, acabará para siempre (141-142)
La certidumbre de poseer un derecho es a la vez una prisión, pues nos lleva a un concepto idealizado del mundo, de la Historia, de la sociedad. Nos deja desarmados cuando la libertad de opinión o de expresión, aunque la proteja la ley y la garanticen las instituciones, encuentra trabas: dificultades para no ser publicado, exilio mediático o cualquier modo de ostracismo público o privado. (142)
... en el terreno ideológico, los escritores, los intelectuales y los artistas que no reconocen la legitimidad de esas formas de dominación se ven expuestos a lo que podríamos denominar la "censura blanda", la que reina en los países democráticos. (143)
Daniele Sallenave, El esquive lateral, en Democracia y responsabilidad (Sami Naïr eds.), Galaxia Gutemberg/Círculo de Lectores, Baran 2008.