A todos nos gustaría que la distinción entre filósofos y sofistas, o entre pensadores y buhoneros del espíritu, se pudiera establecer con la misma nitidez con la que se decide si alguien tiene el título de Licenciatura en Ingeniería o si padece conjuntivitis: los “verdaderos” filósofos se reunirían en un colegio profesional para defender sus legítimos intereses frente al intrusismo de los mercaderes del alma y eso sería todo. Pero precisamente porque la filosofía nunca puede ser del todo una “profesión” o una “especialidad”, el asunto no es tan fácil. La sofistería no es un peligro que amenace a la filosofía “desde fuera” de ella (desde el “mercado” o desde el “poder”), sino que es su peligro interior, su tentación constante. No hay en el mundo dos personajes más distintos “interiormente” o por sus intenciones que el filósofo y el sofista, pero tampoco hay dos que “exteriormente” sean más parecidos. El arte de la distinción entre ambos es el arte mismo de la filosofía, que no consiste en clasificar las cosas en géneros y especies, sino en seleccionar, en atreverse a juzgar, en conseguir distinguir la verdad de la farsa eficaz y la libertad de la tiranía maquillada: no es una distinción teórica sino, por así decirlo, existencial. Nadie sabe mejor que
Sócrates —fundador de la filosofía y condenado a muerte por sofista— hasta qué punto es difícil existir en esa sutil diferencia y combatir por ella, cuánto sentido del humor, cuánta ironía y cuánta honestidad se necesitan para aprender esa lección, y nadie mejor que
Platón ha sabido transmitirnos, al narrar la existencia de
Sócrates, la esencia viva de la dificultad. No es posible “teorizar al margen del fracaso y la tardanza”, etc., es decir, no es posible tener “tiempo libre” (tiempo para filosofar) al margen de todas las esclavitudes que lo encuadran y lo enmarcan. Precisamente por eso es difícil la filosofía —como es difícil la libertad—, porque ocurre, cuando ocurre, en mitad de la tiranía y de la sofística, pero precisamente distinguiéndose de ellas. Por tanto, y aunque siempre haya que pensar contra algo (ante todo, como alguien dijo, contra sí mismo), la filosofía no se agota —aunque a veces desfallezca en esa tarea— en la denuncia de la sofística o en la lucha contra la tiranía, puesto que estos combates sólo adquieren sentido en el horizonte de un trabajo a favor de la verdad y de la libertad.
José Luis Pardo,
¿Cuántas veces te lo he dicho?, facebook 07/11/2017