Ya se dijo que, al igual que sucede con el cristianismo, en la estructura narrativa del bolchevismo esta recompensa siempre aplazada
justifica el sufrimiento que haya de padecerse mientras tanto: de la sima, algún día, a la cima. Y nótese que esa justificación es teorizada por el partido e interiorizada por las víctimas, al menos mientras esa ilusión pueda mantenerse viva antes de revelarse como mero espejismo. Una justificación de orden teleológico, además, que puede extenderse a los distintos campos de la acción revolucionaria: desde el
Sartre que afirma en 1954 que «la libertad de crítica en la Unión Soviética es total» al terrorismo ideológico de los años setenta, capaz de justificar la muerte de alguien por servir a los fines de la revolución. Es precisamente en este contexto en el que cobra sentido la conocida frase de
Albert Camus que dice que, entre la justicia y su madre, él elige a su madre.
Camus duda de la Justicia con mayúsculas, la justicia revolucionaria, convertida en una abstracción capaz de arrasar con todo lo que se encontraba a su paso. Qué era en cada caso revolucionario y qué contrarrevolucionario, eso correspondía decidirlo al partido, esto es, a sus líderes. Es así que, como señalara
François Furet, la dictadura del proletariado aparece como dotada de una función científica debido a la naturaleza aparentemente «positivista» de las leyes de la historia esclarecidas por el materialismo histórico.
Manuel Arias Maldonado,
El discreto encanto de la ideología: comunismo y revolución, un siglo después (y III), Revista de Libros 22/11/2017
[www.revistadelibros.com]