El antisemitismo como otros ejemplos de fabricación de un chivo expiatorio, se alimenta del pesimismo histórico. Cierto tipo de izquierda europea, que tiene simpatizantes en las universidades estadounidenses, nunca han superado el colapso de las expectativas políticas revolucionarias que surgieron en las décadas de 1960 y 1970. Algunos movimientos anticoloniales se convirtieron en dictaduras de partido único, el modelo soviético desapareció, los estudiantes dejaron la política para desarrollar careras empresariales, los sistemas de partidos de las democracias occidentales se mantenían intactos, las economías han producido riqueza (compartida de manera desigual) y todo el mundo está fascinado por la conectividad. Hubo una revolución cultural exitosa -el feminismo, los derechos de los homosexuales, el declive de la autoridad de los padres- e incluso ha empezado a extenderse fuera de Occidente. Pero no hubo revolución política y no hay perspectiva de que se vaya a producir ahora. ¿Cuál sería el objetivo? ¿Quién la dirigiría? ¿Qué ocurriría después? Nadie tiene respuestas a estas preguntas y apenas nadie piensa en volver a plantearlas. Lo único que uno encuentra es la (casi exclusivamente académica) izquierda es una forma paradójica de nostalgia histórica, una nostalgia <
De ahí la búsqueda un tanto desesperada de recursos intelectuales para alimentarla. Primero estuvo el abrazo al judío coronado de Hitler, Carl Schmitt, un mariage contre nature si es que alguna vez hubo uno. Su idea de una decisión soberana oculta fue tomada para argumentar que las ideas liberales -incluidas las de neutralidad y tolerancia- son constructos arbitrarios que dan una estructura a las fuerzas de la dominación, ayudadas por instituciones como los colegios y la prensa. La crítica de la ideología de Marx alcanzó la misma conclusión en el siglo XIX. Pero tenía un punto débil fatídico: dependía de una teoría materialista de la historia que podía falsearse por medio de lo que ocurre o no ocurre en el mundo. Después de que la izquierda perdiera confianza en esa teoría, buscó apoyo en lo que Marx habría llamado (y correctamente desdeñado como) idealismo: un relato de la dominación política que dependía de lo que no era evidente para el ojo desnudo. La teoría de Michel Foucault acerca de un poder que, como el éter, es invisible pero omnipresente, era un primer paso a esa dirección. La rehabilitación de Schmitt era el siguiente; su descarada defensa de la distinción entre amigo y enemigo como la esencia de lo político ayudó a recuperar la convicción de que la política es lucha, no deliberación, consulta y acuerdo. Si añades a esas ideas la escalotogía medio comprendida en san Pablo, la fe en una revelación milagrosamente redentora vuelve a parecer posible. Una revolución llega cuando menos la esperas, como un ladrón en la noche.
Mark Lilla, La mente naufragada. Reacción política, Homo sapiens sapiens [blogdejoaquinrabassa.blogspot.com.es]